(Versalles 1762- París 1841)
Político francés, militar y embajador. Participa en las guerras napoleónicas y posteriormente ingresa en política como consejero de Estado. Acompaña a José Bonaparte en su estancia en España como consejero y fruto de este periodo son sus memorias.
Mémoires du comte Miot de Melito. Tomo III. Michel Lévy Frères. París, 1858.
La ruta de Jerez a Santa María es muy agradable. Después de una legua de camino a través de una llanura bien cultivada, se llega, por una cuesta suave, a la cumbre de unas colinas que dominan la ensenada de Cádiz. Este punto está marcado por dos columnas, coronadas cada una de una cruz. Desde allí se descubre perfectamente todos los alrededores de Cádiz. Pero si se quiere disfrutar mejor de esta magnífica vista, es necesario volver hacia la derecha, cerca de una casa de señales, llamada Buenavista, situada a 3 o 400 toesas de distancia del camino, sobre la cima más elevada de la colina. Hacia allí nos dirigimos, y un golpe de vista desde donde estábamos nos compensó ampliamente del desvío que habíamos hecho.
Desde Buenavista se ve a sus pies el curso del Guadalete, pequeño río que se mete a través de pantanos en la bahía de Cádiz; la alegre ciudad de Puerto de Santa María, situada sobre la gran bahía; enfrente, la ciudad de Cádiz y su puerto; sobre la izquierda, la ciudad de Puerto Real; más lejos, la pequeña bahía, la Carraca donde están los arsenales de construcción, la Isla y la ciudad de León, el istmo estrecho que une al continente la casi isla donde Cádiz está situada y que se destaca sobre el mar como una simple línea; más allá, el océano que se pierde en el horizonte. En medio de este gran cuadro se distingue el Trocadero que va de la gran bahía a la pequeña y en el que se encuentran los establecimientos marítimos del Estado, donde la entrada está defendida por los fuertes de Matagorda y Puntales. Hacia la derecha, se ve la ciudad de Rota y la costa de Andalucía hasta la desembocadura del Guadalquivir. La parte de atrás del cuadro está ocupada por la ciudad de Jerez y las montañas de la sierra de Jerez que separan la dársena de Cádiz de la de Gibraltar.
Puerto de Santa María, donde el cuartel general del rey se estableció el 14 de febrero, es una ciudad de 15000 almas, bien construida, con calles largas, alineadas a cordel y en parte provistas de aceras. Hay que destacar el aire de vida y de bienestar que anuncia la vecindad de una gran ciudad comercial en la que se encuentra Santa María, de tal suerte, que parece uno de sus barrios.
Al día siguiente de nuestra llegada, seguí las orillas de la bahía hasta el fuerte de santa Catalina, situado sobre el punto más avanzado de la costa y a la menor distancia de Cádiz y que puede ser evaluado en 16 o 17000 toesas. Desde allí se distingue perfectamente las casas de la ciudad, sus principales edificios y se cuenta fácilmente las construcciones que están en la bahía bajo la protección de las baterías. Después de haber recorrido esta costa, se encuentran allí once o doce buques de guerra españoles o franceses (porque estos últimos, tristes despojos de la batalla de Trafalgar, portaban igualmente el pabellón español), cuatro buques de guerra y tres o cuatro fragatas inglesas…
Durante nuestra estancia en Puerto de Santa María, muchas tentativas fueron hechas para entrar en negociación con la Junta retirada en Cádiz. Todas ellas fueron rechazadas con firmeza. Desde entonces, se hizo evidente que no se podía seguir atendiendo a este tipo de cuestiones, y que era necesario resolver con un sitio regular que demandaba de largos preparativos. La presencia del rey se volvió entonces totalmente inútil en Santa María, se acordó regresar a Jerez, para volver desde allí a Málaga, atravesando la sierra de Ronda, y realizar la vuelta del resto de Andalucía que acababa de someterse”.