Vuelve el calor de la primavera, o al menos parece que los fríos días de invierno se van alejando. Y no me refiero al frío propio de la estación invernal, en los que te apetece abrigarte y sentir el aire en el rostro. Es otro el frío al que me refiero, al que hace daño, al que se mete dentro del cuerpo, independientemente de la temperatura que marca el termómetro. Han sido muchos los meses en los que hemos sentido se frío que dejaba aterido el espíritu y el ánimo cansado. Ahora, después de haber recibido cada uno nuestra ración de mortalidad, más o menos intensa, al fin, parece que en el horizonte se empiezan a abrir claros. No todo iban a ser tinieblas negras y espesas. La vida siempre está ahí, y aunque cueste, hay que vivirla. Y nada mejor que para mirar adelante, para avanzar, que volver la vista al pasado. Allá vamos.
Salgo a la calle. La mañana bulliciosa de la ciudad me acoge de nuevo. Han sido meses de caminar sin ver, sin mirar a uno y otro lado buscando esas imágenes que, amorosas, nos recuerdan quienes somos, hacia donde vamos y, sobre todo, de donde venimos, que nunca conviene olvidarlo.
Me dirijo directamente a mi vieja amiga la Puerta del Perdón, de la Iglesia Mayor Prioral, (perdón, pero a mí me gusta seguir llamándola así) que, con sus cinco relieves alusivos a los pecados, nos quiere llamar la atención acerca de las debilidades del ser humano, más allá de la religión, aunque no de la moral. De los cinco animales que simbolizan los sentidos del ser humano, que constituyen, más allá de las creencias religiosas, una auténtica lección de vida, centro mi mirada en la figura del basilisco.
Es este el rey de los reptiles, y como tal es coronado por una cresta que lo distingue de las demás serpientes, no por su tamaño, de apenas unos centímetros, pero según las palabras del Fisiólogo, recogidas después por san Isidoro, el más peligroso por su capacidad de matar a distancia, tan solo con la mirada. Es esta cualidad la que lo convierte en sumamente peligroso, no tan solo para el resto de los animales sino, y sobre todo, para el ser humano, ya que esta cualidad es lo que lo ha convertido en símbolo de la calumnia, que puede matar, acabar con la vida, no física, pero sí con la fama, el prestigio, de aquel o aquella a que se dirigen las habladurías e insidias de los que se encargan de descalificar con mentiras y engaños la credibilidad de las personas.
Presenta el basilisco, tal como lo describen los tratados medievales, un cuerpo estilizado de reptil, finalizado en una cola que semeja una punta de flecha. Posee dos grandes alas membranosas, similares a las de los murciélagos, una cabeza dotada de un pico curvo, semejante al de las rapaces y, sobre todo, una fiera mirada cuyas consecuencias letales experimentan todos aquellos sobre los que la dirige.
Me quedo observando largo rato los ojos iracundos del reptil, esa cabeza vuelta, como si hubiese sido sorprendido y quisiera fulminar con la mirada al intruso que se atreve con su presencia a molestar al rey indiscutido, y me recuerda, inevitablemente, otras miradas, otros gestos, pero los mismos ademanes, vistos tantas veces en los medios de comunicación. Me vienen a la mente tantos y tantos engreídos, prepotentes, altaneros, incapaces de admitir opiniones diferentes, diversas, que pudieran poner en tela de juicio la verdad absoluta de la que están en posesión. Y como esos mismos salvadores de la patria, no dudan en lanzar un día tras otro, falsas acusaciones, lo que ahora, eufemísticamente se le denomina “fake news”, y que siempre se han denominado, simple y llanamente: mentiras. Y lo más sorprendente, a la vez que más indignante, es que, a pesar de todo, siguen manteniendo intacto, un prestigio a prueba de verdades.
Es difícil retirar la vista del basilisco. En esta puerta está colocado con un fin aleccionador, de evitar que el ser humano pueda condenarse por sus faltas o pecados. En cambio, ahora, en este momento, el basilisco es un ejemplo a seguir, un modelo a imitar. Miente, difama que, aunque se demuestre lo contrario, algo queda. Todo vale.
Doy la espalda a la Puerta del Perdón. Mientras me alejo siento como la mirada del basilisco sigue fija en mi espalda. Pero me da la sensación que su expresión se ha modificado un tanto. En el fondo creo que me observa entre divertido y un tanto alarmado. ¿Cómo es posible que lo que fue creado con un fin moralizador buscando la repulsa del que hasta él se acercara, pasado el tiempo se haya modificado tanto los valores de la sociedad que se muestra como un ejemplo a seguir? Cosas veredes, amigo Sancho.
Antonio Aguayo