Iconografía para paseantes curiosos.- El mono

La visita efectuada al Monasterio de la Victoria ha tenido un doble efecto saludable. Si por un lado el largo paseo ha servido para poder disfrutar de una mañana de sol espléndido, aunque frío, por otro ha servido para hacerme reflexionar acerca de la naturaleza humana. Es cierto que habíamos visto la imagen del pecador, desnudo y enredado en sus propias debilidades, sus vicios que lo encadenan y aprisionan más allá del simple castigo, pero, ¿qué nos quiere decir? El infierno es el fin, según la Iglesia Católica, consecuencia de toda una vida alejado del recto camino, transitando por sendas en las que el tupido ramaje de los pecados le impiden alcanzar la salvación.

Aproximándonos de nuevo a la majestuosa portada de la iglesia, alzando la vista, comprobamos que son varios los animales que acompañan al hombre, que ya privado de la libertad de movimientos, aprisionado, parece pasar revista a su vida, preguntándose cómo es que ha podido llegar a verse abocado a la condenación.

Es conocida la costumbre proveniente de la antigüedad, la cual, a los diferentes animales, reales o fantásticos, se les atribuyen una serie de cualidades, virtudes o defectos, mediante los cuales, puestos como ejemplos a la vista de los humanos, sirven para aleccionar a aquellos que se acercan a la iglesia buscando un camino hacia la salvación, del alma, que no del cuerpo.

De entre los diferentes animales que sirven de ejemplo, llama la atención, debido fundamentalmente a su buena conservación y detalle de sus rasgos, la imagen del mono. Se halla representado a cuatro patas, remarcándose su condición animal, al tiempo que aparece con la cabeza vuelta en una torsión imposible, con el rostro mirando hacia la espalda, a la manera de los condenados, ya que según la tradición, los condenados se presentaban ante Dios con el rostro vuelto por no poder soportar la imagen divina.

¿Qué se pretende representar por medio de la imagen del mono? Si miramos detenidamente a uno de estos monos experimentamos una cierta desazón por su más que deseable parecido con los seres humanos. Esto es precisamente lo que se intenta representar por medio del mono en el arte medieval. Su apariencia casi humana, pero reflejando la parte más irracional. Los vicios, los pecados, pudiendo asimilarse con la lujuria e incluso, en algunas ocasiones con el propio Satanás.

Cabría preguntarse por qué la Iglesia ha hecho de la lujuria la madre de todos los pecados, hasta el punto de hacer que Cristo naciera sin haber tenido relación sus padres. Pero este es un tema ciertamente farragoso en el que es mejor no entrar para no pisar terreno resbaladizo.

Pero volvamos al mono. Parece evidente que desde la antigüedad, con unas mentalidades muy alejadas de la teoría de la evolución (aunque Darwin nunca dijo que descendiéramos del mono) se ha visto en este simio a un semejante, el hermano menor del ser humano, en el cual se ha querido plasmar todos los defectos y vicios que podamos tener. Es la parte animal del ser humano, lo más irracional y que representa los más bajos instintos. ¡Pobre mono! Es muy fácil querer representar nuestra irracionalidad por medio de la figura del mono. Antes, como ahora, bastaría con mirar a nuestro alrededor, dentro de nosotros mismos, para conocer el alcance de nuestra falta de razón: Guerras, persecuciones, intolerancia, odios, venganzas, etc., pero es más fácil representar al mono como chivo expiatorio. Al menos él no tiene por que avergonzarse de lo que hace.

Antonio Aguayo

Monasterio de La Victoria. Portada principal. y detalle del dintel con relieve del mono. Foto: A. Aguayo

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