¿El triunfo de la fe?
En mi deambular mañanero, me dejo arrastrar un poco por el azar, atraído tal vez por el olor siempre sugerente del café, de los churros, por el tráfago de la gente y el bullicio del mercado. La Placilla, por las mañanas es todo un espectáculo digno de ser vivido. Junto a las mesas de los cafés, los puestos callejeros y los comercios, una pequeña multitud se afana en las compras diarias, sin prestar demasiada atención a la hermosa casa que la preside, conocida popularmente como la Casa de los leones, en referencia a los dos animales que en cada uno de los extremos parecen vigilar.
La casa, un hermoso ejemplo de arquitectura civil, fue construida por el comerciante de origen montañés Jacinto Díez de Celis allá por el año 1780, según consta en la fachada. Son los cántabros un colectivo de gran importancia en el comercio local, queriendo su dueño dejar constancia de su importancia por medio del edificio, el cual es testimonio del rápido ascenso y éxito que la Fortuna le ha deparado.
Admirando la bella fachada, no demasiado provista de iconografía, me llama la atención la figura situada sobre el dintel de la puerta. Se trata de una figura femenina, cuyos ojos quedan tapados por una venda. Va ataviada con un largo vestido que ondea por la fuerza del viento, al igual que los lazos de la venda y el manto que la cubre, al tiempo que la parte superior, muy ceñida al cuerpo, más parece una coraza que un vestido femenino.
El tener los ojos vendados me hace pensar en la Fortuna, de la cual todos somos juguetes. Sin embargo, al fijarme más detenidamente me doy cuenta de que sujeta con la mano izquierda tenía una palma, hoy perdida, símbolo del triunfo, lo que me lleva a comparar esta figura con otra en la cual claramente parece haberse inspirado, como es el Giraldillo, que corona, en el siglo XVI, la Giralda de la catedral de Sevilla.
Al igual que la figura sevillana que sirve de modelo, el pequeño relieve de la casa portuense es la unión de dos iconografías diferentes, aunque complementarias. Si por medio de la ceguera y el fuerte viento que agita sus vestiduras habríamos de identificarla como la incierta Fortuna, el hecho de portar la palma nos hace pensar en la Fe triunfante. Un triunfo que tiene lugar pese a los avatares de la Fortuna. Un triunfo de la Fe que se lleva a cabo a dos niveles diferentes, uno a nivel universal, como en Sevilla, en el cual la Fe que corona la Giralda significa el fin de la dominación islámica, pero por otro, más íntimo y personal, sobre los vicios que pueden afectar a todas las personas, sobre todo a un comerciante, como el dueño de la casa, cuya vida son los negocios y el dinero.
Los negocios y la fe forman un conjunto, una amalgama, que en la mentalidad del momento es de difícil solución, dados los vicios, o mejor las tentaciones a que el mundo, el entorno, los somete, y a los cuales la Fortuna, siempre cambiante, no es ajena. Para el triunfo es preciso que la Fe acuda en ayuda para vencer a los vicios.
Pero de estos vicios hablamos el próximo día.
Antonio Aguayo