En el año 1978, el autor de este artículo junto a J. I. Delgado Poullet (Nani), descubrimos un pequeño yacimiento en la playa de La Redes, donde hoy se sitúa la depuradora de Apemsa, lugar en el que recogimos una pátera griega (FOT. 4B). El yacimiento fue excavado sistemáticamente, por el Museo de Cádiz. Se trataba de una pequeña factoría de salazones. Con el tiempo y hasta la actualidad, se han localizado más de una treintena de este tipo de pequeños enclaves dedicados la industria salazonera (FOT. 1).
Para su registro se les aplicó el nombre de ‘Puerto’ seguido de una numeración según se iban identificando, muchas de ellas fruto de los trabajos de prospección sistemática del Museo Municipal dirigidas por F. Giles, y J. A. Ruiz Gil. Solo tres han sido excavadas sistemáticamente, las N.º 3, 14 y 19 (FOT. 2), lo que ha permitido conocer que en algunos casos son establecimientos provisionales (N.º 14), ocupados solamente durante las épocas de pesca y de producción salazonera, mientras que en otros (N.º 3 y 19) se trata de edificios estables compartimentados en varias dependencias para las distintas faenas conserveras.
La industria de la salazón del pescado, o mejor, de túnidos y pescados azules en general, se inicia en Cádiz, y más específicamente en la Bahía de Cádiz. Así lo observamos no sólo a través de la arqueología, sino también en la numismática. Todos los autores están de acuerdo en que la iconografía de los atunes es original de Gadir.
La expansión de las factorías de época fenicio-púnica comienzan en la Bahía, hacia el siglo VI a. C., perdurando en algunos casos al II a. C. Hasta el momento todas las descubiertas el el territorio portuense se sitúan en el tramo de costa comprendido entre los ríos Guadalete y Salado.
En la factoría ‘Puerto 19’, ubicada en la confluencia de las calles Rodrigo de Bastidas y Almirante Cañas Trujillo, según los materiales arqueológicos recuperados durante los trabajos de excavación se fecha de su comienzo en el siglo VI a. C., perdurando hasta fines del III a. C. Se trata de ánforas (FOT. 4A), cuencos y copas de cerámica gris, «pithoi» con decoración monocroma, cuencos de barniz rojo y decoración lineal en negro, e imitaciones de copas jonias. También aparecieron una serie de elementos metálicos realmente espectaculares como son los anzuelos de gran tamaño para peces muy grandes (FOT. 3A), o las hoces para la poda de la uva (FOT. 4C) de las viñas sembradas en el entorno, sobre la arena, como hemos podido comprobar con la identificación de las huellas de las zanjas donde estaban plantadas.
Si, decimos bien, hoces de poda, ya que algunas de las salsas y salazones de pescados que se preparaban para la exportación, estaban acompañadas de especias, plantas y vino, como atestigua la gran cantidad de pepitas de uvas conservadas (FOT.4D).
Las posiciones de las factorías no son aleatorias, se sitúan en lugares destacados, para otear el mar, buscando una orientación alineada cuyo motivo por el momento desconocemos. Pero si podemos destacar algunos detalles, en concreto se busca la comunicación con los manantiales de agua en Fuenterrabía y para la obtención de sal, que provendría seguramente de las marismas del Salado. Justamente cubren el trazado del conocido como Camino del Águila, con el que se relacionan 17 de los establecimientos localizados. Tres se sitúan en la dirección de Santa Catalina, otros 4 en el núcleo de Las Redes (Camino de La Arenilla), y los 2 restantes se sitúan en el entorno del Camino del Molino Platero, vía de comunicación constatada desde época romana, caminos que conectan con el de Sidueña, que llevan a Doña Blanca (FOT.1).
Es de esta ciudad, la situada en el Castillo de Doña Blanca, de donde creemos dependían administrativamente estas industrias y desde donde se exportaban sus productos que fueron muy conocidos por todo el Mediterráneo y el Próximo Oriente.
Este tipo de factorías de pesca, aunque pequeñas, eran muy numerosas y necesitarían una mano de obra muy abundante para las faenas de temporada, como las almadrabas. Constituyeron un importantísimo recurso económico que en la Bahía de Cádiz ha perdurado hasta mediados del siglo XX. Algunas de estas factorías se han incorporado al entramado urbano y otras se han perdido para siempre. –
Juan José López Amador