Visitamos la Cartuja de Jerez , en el segundo día tras su reapertura, de la mano experta de José Manuel Moreno Arana. También nos recibieron dos hermanas recién instaladas en el Monasterio — en total son cuatro— de la orden de las Carmelitas Mensajeras del Espíritu Santo. Todas brasileñas.
El origen del Monasterio (siglo XIV) es una batalla, la del Sotillo (1369) contra los musulmanes, con intervención directa de la Virgen (de la Defensión). Casi 100 años después, y la donación de Alvaro Obertos de Valeto mediante, se levantó el Monasterio y llegaron los cartujos.
Tiempo atrás, el acceso a la Cartuja era una sucesión de filtros. A la espléndida portada renacentista —del jerezano Andrés de Ribera —, construida con piedra arenisca de San Cristóbal e inspirada en los arcos de triunfo romanos, llegaba todo el mundo. Pero solo los hombres podían cruzarla. Tras la portada, el atrio, con la Capilla barroca de los Caminantes (siglo XVIII), orientada a dar ayudas caritativas a los que pasaban por allí — el lugar era en sí mismo un cruce de caminos—. En el enlosado, oh sorpresa, se dibuja una montea.
Nos acercamos después a una de las grandes fachadas barrocas de España, la de la iglesia (1667). Movimiento, decoración, claroscuros. Un detalle, el rosetón gótico original. La piedra para tanta expresividad ya no podía ser arenisca; y se utilizó la Martelilla.
Entramos en la iglesia. Al primer tramo podían acceder los fieles. Allí, una magnífica reja barroca y retablos de la iglesia de la Merced de Sanlúcar —cesión de la duquesa de Medina Sidonia en el XX—.
El siguiente tramo ya estaba vedado para los fieles: solo los padres cartujos y los legos, que ocupaban sus asientos en su coro. Pasar la puerta de entrecoros (del XVI) y acceder al tercer tramo, ya solo era posible para los padres cartujos. Los sacerdotes. Llegamos así a la maravilla de los 42 sitiales de una de las mejores sillerías renacentistas de España. En el retablo barroco trabajaron José de Arce y Pedro Roldán —impresionan sus tallas de cartujos—. Zurbarán también dejo su sello con obras ahora dispersas por medio mundo —desde Cádiz a Nueva York—. Y en la Sacristía, un Ecce Homo del divino Morales junto a azulejos del XVI.
Estamos ya en el mundo exclusivo de los cartujos: lectura, silencio, oración. En el delicado Claustrillo, gótico con columnas renacentistas, en la Sala Capitular, s. XVI con azulejos del XVII, hasta llegar a uno de los claustros más grandes de España, del XVI (80 m. de lado), impactante en su grandiosidad, con su reloj de horas, su cementerio cartujo y las celdas de los padres alrededor. Bellísimo claustro renacentista, con bóvedas góticas y detalles románicos.
Las celdas (si se les puede llamar así) eran de dos plantas con una habitación para cada actividad del cartujo: la lectura, la oración, el trabajo manual, el huerto. Envidiable. Y la ventana para que el lego dejara la comida. ¿Qué comían? De todo menos carne, sustituida por “carne” de galápago —tenían una galapaguera para este particular—. Y ayunaban casi 6 meses.
Cartujos: severidad, silencio, soledad. Vivimos sus espacios y su esplendor. En el esplendor amplio, multisecular y artístico de su extraordinaria Cartuja de Jerez.
Joaquín Moreno Marchal