El Barrio Alto también contó con casas palacios y casas burguesas de empaque que hacían que incluso en el barrio popular por excelencia se diera heterogeneidad social.
Este es el caso del palacio de Villarreal y Purullena (FOT. 1). Situado en la confluencia de las calles de las Cruces y Pozuelo (actual Federico Rubio) (FOT. 2) es una de las casas-palacio mas importantes, lujosas y significativas de la ciudad, considerada uno de los mejores ejemplos del rococó en Andalucía.
Fue erigida para residencia familiar por Agustín Ramírez Ortuño, Marqués de Villarreal y Purullena en el año 1742, aprovechando unas casas que ya existían a las que fue añadiendo otras fincas colindantes para su ampliación y la creación de amplios jardines y un extenso huerto que contó, según recoge A. Ruiz de Cortázar (1764, p.415), con más de 100 árboles frutales traídos de Italia.
La figura de Ramírez Ortuño, ha sido estudiada especialmente por C. Martínez Shaw (Archivo Hispalense 196, 1981, pp. 29-41), M. García Pazos (Rev. Hist. de El Puerto, 3, 1988, pp. 37-72) y J. J. Iglesias (Una ciudad mercantil… Univ. de Sevilla 2017, pp. 392-398). Este último lo define como discutido hombre de negocios de escasos escrúpulos, así como persona emprendedora y de rara habilidad política.
Descendiente de una familia oriunda de Espinar (Segovia), nació en Nápoles, en 1694, donde residía su padre al servicio del rey de España. En los años treinta del s. XVIII aparece ya afincado en Cádiz relacionado con actividades comerciales con Indias que le reportaron pingues beneficios. Como fue habitual en casi todos los grandes comerciantes gaditanos de la época, Ramírez Ortuño puso gran empeño en hacer carrera nobiliaria. En 1742 obtuvo ejecutoria de hidalguía y licencia para fundar mayorazgo, en 1750 ingresó en la Orden de Calatrava y en 1751 compró el título de marqués de Villarreal y el señorío de Purullena al conde de Benavente (FOT. 3). Su inventario de bienes, realizado en 1760, arrojó un capital de 3,1 millones de reales de vellón
Todos los testimonios que nos han dejado aquellos que conocieron el palacio y recorrieron sus estancias coinciden en resaltar su suntuosidad, belleza y esplendor, reflejo del poder y la distinción de sus propietarios. Albergó al Estado Mayor francés durante un periodo de la Guerra de la Independencia, época en la que desparecieron notables pinturas y algunos salones fueron dañados por la soldadesca. En 1862 también sirvió de hospedaje a la reina Isabel II con ocasión de su visita a la ciudad.
En las primeras décadas del s. XX Hipólito Sancho lo describe con “Buenos techos de vigas vistas sobre zapatas unas y otras talladas y azulejos por tablas (FOT. 4), suelos de olambrillas con medallas, azulejería dieciochesca, buenas puertas talladas, techos pintados al fresco y suntuoso y abundante mobiliario… “(Rev. Hist. de El Puerto, 11, 1993, p. 131).
Pero el brillo de su pasado no impidió que el palacio cayera a partir de mediados del siglo XX en un progresivo abandono, situación que facilitó el saqueo y el expolio. En la década de 1970, el palacio ya se encontraba en un estado de ruina casi total (FOT. 5) con la mayor parte de sus elementos decorativos desaparecidos o dañados.
Debido a su importancia, en 1992 fue incoado expediente para su declaración como a Bien de Interés Cultural en la categoría de monumento y se llevaron a cabo obras de consolidación de urgencia, principalmente en la parte orientada hacia la Calle Cruces, quedando desde entonces pendientes las obras que afectan a los salones y las galerías de la parte posterior. – R.G.R.