En la festividad de la Virgen del Pilar damos a conocer una imagen conservada en el convento de Capuchinas de El Puerto de Santa María (FOT.1). Aportamos algunos datos históricos y después de analizar la talla nos aproximamos a su posible autor y cronología.
Tradición e iconografía
La tradición cristiana remonta la devoción a la Virgen del Pilar a la época de Santiago el Mayor y la aparición de la Virgen María el 2 de enero del año 40 en Zaragoza para alentar al desanimado apóstol Santiago en su predicación en España. Como testimonio de este encuentro a orillas del Ebro dejó una columna sobre la que se levantaría un templo en su honor. La imagen que actualmente se conserva en la Basílica del Pilar es una efigie de madera de 36 cm. de altura de estilo gótico borgoñón tallada a mediados del siglo XV por el escultor Juan de la Huerta (FOT. 2). A partir de ella se repitió el modelo iconográfico de esta advocación en las distintas facetas artísticas representando a la Virgen María como Reina y Madre, erguida sobre una columna (en lugar de un pilar) y sosteniendo al Niño Jesús sobre su brazo y mano izquierdos.
Datos históricos de la imagen de las Capuchinas.
La talla de la Virgen del Pilar procede del primitivo monasterio levantado en la calle Larga a partir de 1733. Su iglesia, de planta de cajón y nave única, se bendijo en 1747, con el retablo mayor y los seis laterales colocados, según consta en una carta de la abadesa al arzobispo de Sevilla reconociendo la disposición de éstos, los cuales, “aunque pequeños están primorosamente escultorados que paresen de filigrana”(García Peña, C.,1985. Los monasterios de Santa María de la Victoria y San Miguel Arcángel en El Puerto de Santa María. Diputación de Cádiz.Pág. 69). Al año siguiente D. Juan Barreneche Irigoyen recibe licencia de sepultura en dicha iglesia conventual, delante de uno de esos altares, el dedicado a la Virgen del Pilar. Según García Peña éste era el segundo retablo lateral del muro del Evangelio, de madera dorada y de un solo cuerpo, estructurado en torno a una hornacina central acristalada rematada por arco semicircular donde recibía culto dicha imagen, flanqueada por las de san Juan Bautista y san Fermín, de pequeño formato, sobre repisas laterales y hoy desaparecidas (FOT.3).
El retablo, decorado con motivos vegetales y cabezas de querubines, y la imagen que nos ocupa fueron encargados y costeados por D. Juan Barreneche Irigoyen alrededor de 1748 con la intención de sepultarse delante de él. Como el resto de retablos, fue desmantelado y se perdió su rastro cuando en 1975 las capuchinas abandonaron el monasterio para trasladarse al nuevo destino. Lo mismo ocurrió con las lápidas y muchas de las imágenes del cenobio capuchino, sin que sepamos su paradero. Por fortuna, la talla de la Virgen del Pilar fue una de las piezas artísticas y devotas que las monjas llevaron consigo al monasterio actual y se ha conservado. Primero se dispuso sobre una repisa adosada al muro del presbiterio de su iglesia, entre el Cristo del Amor y la reja del coro, en cuyo interior recibe culto actualmente (FOT. 4).
Análisis formal
Se trata de una efigie de bulto redondo tallada en madera y policromada. Es de pequeño formato (mide 85 cm. de altura), estilo barroco y está atribuida a Diego Roldán, quien la esculpiría hacia 1748. Como el resto de las réplicas de la imagen original, esta de la Virgen del Pilar se representa coronada, vestida con túnica talar de cuello alzado y abotonada hasta la cintura, donde se ciñe mediante cinturón. Bajo los pliegues de su parte inferior asoma el calzado cubriendo los pies, más adelantado el izquierdo. El manto a modo de capa y tocado envuelve cabeza y cuerpo. El rostro, ovalado, queda enmarcado por la abundante cabellera de ondulados mechones laterales. Mientras con la mano izquierda sustenta al Niño Jesús, con la diestra sostiene por un pliegue el manto desplegado. No falta, como en la obra original, la corona plateada, interesante pieza rococó que cubre aquélla (FOT.5).
La disposición y postura del Niño también es muy similar a las de la talla gótica: desnudo, de perfil por el giro hacia su derecha, sedente sobre el brazo izquierdo flexionado de su Madre y con las piernas cruzadas recogiendo un extremo del manto de la Virgen con la mano derecha. Parece haber perdido un atributo en la izquierda (la talla original de Zaragoza sostiene una paloma o pajarillo). El dinamismo del Niño contrasta con la frontalidad e hieratismo de María (FOT.6).
Algunas de las características morfológicas más acusadas de esta Virgen del Pilar reflejan el estilo del más que probable autor: cejas finas, entrecejo triangular, párpados abultados y ojos grandes de mirada melancólica, nariz recta y afilada, marcado surco nasolabial, boca de labios finos y barbilla pequeña. Las manos, de dedos gordezuelos, presenta unidos el corazón y el anular, los pulgares de extremos aplastados y las uñas redondeadas. En el tratamiento del ropaje, de amplios, quebrados y dinámicos pliegues también se acusan las formas típicas del que creemos pudo ser su autor, Diego Roldán.
En cuanto a la policromía de la imagen, debemos ponerla en relación con los doradores que trabajaron para los demás retablos de la iglesia capuchina. Aunque sabemos por el doctor en Historia del Arte J. M. Moreno Arana (La policromía en Jerez de la Frontera durante el siglo XVIII. Universidad de Sevilla. 2010. Págs. 69-84 y 108-119) que Antonio Escuda y Bernardo Valdés, afincados en Jerez y proyectando sus trabajos en localidades del entorno, policromaron varias tallas de Diego Roldán, quizá sea más oportuno atribuir las labores pictóricas de esta Virgen del Pilar a otro de los artistas especializados en ellas a mediados del siglo XVIII como fue el afamado Bartolomé Camacho de Mendoza (m. 1785). Era hijo del importante retablista e imaginero Francisco Camacho Mendoza que tantas y tan interesantes imágenes talló para la zona. Bartolomé tiene documentado el dorado del retablo mayor de la iglesia conventual de las Capuchinas de El Puerto en 1750, una vez concluida su construcción dos años antes, así como sus imágenes, de las que se conservan en la nueva iglesia conventual las del titular, San Miguel, y las de San Francisco y San Antonio. Precisamente será por aquellas fechas cuando uno de los bienhechores del convento, Barreneche Yrigoyen reciba licencia para sepultarse en esta iglesia. También se ocuparía Bartolomé Camacho de dorar “otro retablo pequeño situado debajo del coro alto, de los ángeles lampareros y del marco del retrato del mecenas”, el arzobispo Salcedo Azcona. Asimismo trabajó como dorador en el retablo mayor del antiguo hospital de San Juan de Dios de El Puerto, hoy capilla de las Esclavas (1759).
Como es propio en este tipo de labores pintadas en tallas de madera, se mantiene a mediados del siglo XVIII la técnica del estofado, conservando los tonos dorados del fondo. Sobre ese pan de oro se pintan tonalidades uniformes y planas en las que contrastan motivos ornamentales a gran escala, tales como roleos rizados, flores y frutos, acantos en tonos rojizos y verdes. Es lo que observamos en esta talla de las capuchinas de El Puerto (FOT.7). Son típicas también de este autor las cenefas o dibujos mixtilíenos bordeando extremos de mantos y túnicas u orlas doradas que, en general, recuerdan estampados textiles. Como indica dicho historiador del arte al referirse a la policromía del San Miguel de aquel retablo mayor, se trata de “grandes flores de colores a punta de pincel con algunos trazos dorados” y galones en la orla inferior de dibujos que incluyen volutas.Las encarnaduras (en este caso las del rostro y manos de la Virgen y toda la anatomía del Niño Jesús) son pulimentadas, con un acabado liso, sin rastro de pincelada, para conseguir superficies claras y brillantes.
Autoría
Además de García Peña, quien en su catálogo de las piezas del monasterio de Capuchinas anota algunos datos sobre esta Virgen del Pilar, el único que ha reparado hasta ahora en la imagen ha sido Moreno Arana. En su artículo titulado “Ignacio López en el contexto de la escultura portuense de los siglos XVII y XVIII” la cita al atribuirla a Diego Roldán y relacionarla con otras obras de talleres jerezanos de retablos e imaginería, sobre todo aludiendo a su relación con el retablista Medina y Flores, de quien fue un colaborador habitual. Junto a esta imagen mariana, dicho historiador del arte atribuye a Diego Roldán los dos ángeles lampareros de la iglesia conventual de la Concepción (FOT. 8) y la escultura de san Luis de Anjou conservada en la parroquia de San Francisco (FOT.10), obras seguramente del segundo cuarto del siglo XVIII. Procedentes de la iglesia de la Compañía de Jerez se conservan en la parroquia de San Francisco de El Puerto dos imágenes documentadas de Diego Roldán, los jesuitas San Luis Gonzaga y san Estanislao de Kotska (FOT. 9), actualmente flanqueando una Inmaculada Concepción en el retablo de la antigua capilla de los Galaz.
Diego Roldán y Serrallonga (h. 1700-1766) fue un escultor sevillano nacido y emparentado con toda una estirpe de artistas barrocos (nieto del gran Pedro Roldán, sobrino de su hija Luisa, primo de Duque Cornejo…). Quizá por la competencia de talleres en la Sevilla del siglo XVIII se afincó en Jerez desde 1722, donde la demanda de obras en esta ciudad y otros núcleos del entorno ocasionó que pronto contara con amplia clientela. Trabajó diversos materiales, aunque se especializó en la madera para esculturas de talla completa, de candelero y relieves. Entre los numerosos encargos sobresalen los que ejecutó como imaginería de retablos, cajonerías para sacristía, sillerías de coro e imágenes para cofradías de penitencia y gloria, tanto documentadas como atribuidas. Se convirtió en uno de los escultores más afamados y prolíficos del siglo XVIII. Aunque la mayor parte de su producción se conserva en Jerez y otras localidades de la provincia de Cádiz (Sanlúcar. Rota, El Puerto, Chiclana, Alcalá de los Gazules, Medina Sidonia, Arcos, Bornos, Espera, Castellar y Tarifa), también lo vemos representado en otras más alejadas como Lebrija, Huelva, Utrera y Ceuta. Para un conocimiento más amplio de este imaginero y su producción escultórica pueden consultarse las aportaciones de Moreno Arana: «Aproximación al imaginero Diego Roldán Serrallonga«, «Las dolorosas de Diego Roldán» (“La Hornacina.” y «La escultura en el retablo jerezano del siglo XVIII: autores y obras». Dejamos para otra ocasión un estudio más profundo comparando esta imagen de la Virgen del Pilar de El Puerto con algunas de las muchas obras documentadas y atribuidas a Diego Roldán con las que guarda importantes similitudes.
Francisco González Luque












