De entre todo el patrimonio mueble que albergaba el Convento de San Agustín de El Puerto, merece la pena –por sus proporciones, su calidad y su importancia– reparar en el retablo mayor de su iglesia (FOT. 1).
Iniciado el 22 de marzo de 1711 y finalizado en 1718, tendría un coste de 60.454 reales, sin que haya sido posible nunca documentar su autoría. Atendiendo a su estilo –muy innovador en una época en la que aún se estaba introduciendo en la Baja Andalucía el estípite–, con columnas propias de la tercera y última fase histórica del retablo barroco, remite a los modelos propios de Pedro Duque Cornejo, nieto de Pedro Roldán y sobrino de Luisa Roldán “La Roldana”, uno de los considerados cuatro últimos grandes imagineros de la Escuela Sevillana de Escultura (junto a Hita y Castillo, Montes de Oca y Cristóbal Ramos), y el retablista más importante de su tiempo en Andalucía una vez que Jerónimo Balbás emigra a las Indias.
Aunque por prudencia se ha considerado este retablo como una obra del Círculo de Duque Cornejo (Moreno Arana: 2014), lo cierto es que en la fecha en la que se realiza Duque Cornejo debía carecer aún de seguidores y discípulos, y hasta un par de décadas después, por mano de este mismo artista, no empezarán a aparecer en Andalucía occidental retablos con el mismo tipo de soporte, lo que convierte el retablo que tratamos en vanguardia pura y acaso en modelo para los que se harían después en Andalucía siguiendo este estilo de columnas fantasiosas alejadas de las salomónicas y de los estípites precedentes.
Tras permanecer algo menos de dos siglos en su emplazamiento original en El Puerto, con motivo de la decisión de derribar la iglesia del Convento para unir la calle Alquiladores con Jesús de los Milagros, es desmantelado a principios del siglo XX y enviado a Sevilla, ya que la titularidad de los bienes muebles del edificio la había mantenido el Arzobispado hispalense.
Tras algunos años almacenado en el Convento de Santa Clara de Sevilla por la Orden de Franciscanos, a quien se cedió el retablo, acaba siendo comprado en 1915 para ser colocado en el ábside de la Parroquia de Nuestra Señora de las Virtudes de La Puebla de Cazalla (FOT. 2), pueblo sevillano no muy alejado de la gaditana Olvera. Este edificio sufrió un ataque anticlerical por parte de milicianos del Frente Popular apenas un par de días del estallido de la Guerra Civil, el 20 de julio de 1936, incidente éste con el que la obra terminaría pereciendo (FOT. 3).
El retablo medía 15 metros de alto y 7’5 metros de ancho (FOT. 1). Se disponía, como es habitual en los retablos barrocos, en distintos niveles horizontales y calles verticales, con un cuerpo superior, el ático, diferenciado del resto. Era dorado, y las cuatro columnas principales, que, como ya hemos comentado, son la principal referencia a la hora de clasificar su estilo y posible autoría, eran calcos de las del retablo que acoge en la Prioral portuense a la Virgen de los Milagros (FOT. 4); dicho retablo fue realizado unos veinte años después del de San Agustín y el dato invita a pensar que, si bien no compartieran a un mismo artista ejecutor, al menos sí a un mismo diseñador.
En su conjunto, era dorado, y albergaba santos diversos en sus hornacinas. En la calle central, en la hornacina baja, la más grande, que suele albergar en un templo al titular del mismo, se localizaba en El Puerto la Virgen de la Encarnación, titular del Convento de San Agustín; y en La Puebla a la Virgen de las Virtudes, titular de la Parroquia de las Virtudes. En la calle lateral izquierda, arriba San Antonio de Padua y abajo San Carlos Borromeo; en la derecha, arriba Santo Tomás de Aquino y abajo San Agustín. En el ático, en el centro un San Agustín de grandes proporciones con el Espíritu Santo; en El Puerto era acompañado de dos santas agustinas, con el hábito de monja, difíciles de identificar por su iconografía ambigua, y que parece ser que no llegaron a ser trasladadas a La Puebla de Cazalla, pues allí las hornacinas laterales del ático son ocupadas, a la izquierda por San Diego de Alcalá, y a la derecha por San Fernando. Dado que San Diego es un santo franciscano, y San Fernando es patrón de Sevilla, lo más probable es que estas dos imágenes, no pertenecientes en origen al retablo, fueran cedidas por los franciscanos sevillanos que custodiaron el retablo durante una década. –
Jaime Pérez Brotóns