La ermita de Santa Clara contó desde su origen, en el siglo XVI, con una necrópolis asociada que debió ser utilizada por personas que frecuentaban el principal camino de entrada y salida de la ciudad por el norte.
Todos los enterramientos, tanto en el interior como en la portada del primitivo templo, pertenecen a individuos infantiles, hecho que no creemos casual dado el tratamiento especial que tenían los niños dentro de las necrópolis cristianas, ya que son considerados “almas puras” y tienen el privilegio de poder enterrarse cerca de la santidad. Algunos de ellos portaban amuletos de protección en el cuello como uno de marfil en forma de higa recuperado bajo el altar mayor y un collar conformado por cuentas de cornalina y azabache, dos de ellas representando la concha de peregrino, un amuleto medieval relacionado con el Jacobeo que se fecha entre los siglos XV e inicios del XVI.
La necrópolis exterior ocupa toda la zona trasera de la ermita y su lateral oeste, desde la c/ Cruces extendiéndose hacia la Avda. de Sanlúcar de Barrameda por el NO. Este extenso cementerio histórico, desconocido hasta época muy reciente, ha sido reconocido gracias al desarrollo de rigurosas excavaciones arqueológicas desarrolladas entre 2009 y 2011 que han permitido identificar los diferentes sistemas y rituales de enterramiento, desde sus inicios hasta su clausura en 1806, momento en el que se funda el cementerio nuevo de la Santa Cruz.
En la necrópolis de la ermita de Santa Clara destacan por su singularidad 44 tumbas vinculadas a la etapa más temprana del edificio, únicas hasta la fecha por su tipología en la provincia de Cádiz. Estas estructuras funerarias denominadas de tipo “lucillo”, se caracterizan por tener unas cubiertas abovedadas fabricadas con ladrillos de barro cocido y enlucidas. Cobijaban en el interior un enterramiento de inhumación realizado en ataúd de madera, de los que sólo se han conservado los cerrojos y clavos de hierro y bronce. Los cuerpos estaban envueltos en sudarios con ricos ajuares de carácter cristiano y, en algunos casos, con monedas del siglo XVI. Se trata de enterramientos asociados a una población con un alto poder adquisitivo, propia de una ciudad portuaria y mercantil como era El Puerto de Santa María en esta época.
A partir del siglo XVII se aprecia una intensificación de enterramientos, fundamentalmente por el crecimiento del Barrio Alto y también debido a las epidemias cíclicas de peste que asolaron a la sociedad del momento por lo que era habitual el uso de los cementerios localizados en las periferias, como el del “ejido de Santa Clara” que era llamado por aquellos entonces el cementerio “campal”.
A diferencia de la necrópolis de la primera época, a partir del siglo XVII y durante el siglo XVIII se aprecia un empobrecimiento en las estructuras funerarias ya que, a partir de entonces los enterramientos se depositaban en ataúdes de madera, no conservados, o en fosas simples de planta rectangular excavadas en la tierra natural, de las que se han exhumado más de 400. Sin embargo, los enterramientos de esta fase se caracterizarán por la profusión de ajuares religiosos como medallas, cruces de bronce y rosarios. También es frecuente la aparición de apliques de vestimentas como botones, corchetes, gemelos y, en algunos casos, hasta monedas con resellos que ofrecen una idea de la frecuentación de la necrópolis durante los siglos XVII y XVIII. Como era habitual en los enterramientos cristianos, los cuerpos se disponían dentro de la sepultura en posición decubito supino con las piernas estiradas y los brazos flexionados a la altura de los codos con las manos entrelazadas sobre el pecho o el vientre, en actitud de rezo.
Las fosas de enterramiento albergaban enterramientos individuales o múltiples, buscando la tierra virgen. En un sector muy concreto del área NO del cementerio se concentraban algunas fosas de enterramientos múltiples que albergaban tanto inhumaciones en decubito prono como en decubito supino dentro de la misma fosa, lo que indica un momento de gran mortandad producida por hambrunas o epidemias y se constata la presencia de enterramientos cubiertos por una espesa capa de cal. Además, se han documentado cinco osarios en fosas rectangulares y una gran fosa común repleta de restos óseos de individuos adultos inconexos, acumulados por la limpieza periódica del cementerio.
Ester López Rosendo