Los viajeros que procedentes de Cádiz arribaban a El Puerto en la Edad Moderna contemplaban desde el barco una hermosa panorámica de la ciudad que, a causa de actuaciones urbanísticas poco afortunadas, desarrolladas en siglos posteriores, hemos perdido (FOT. 1).
Una vez que los pasajeros llegaban al muelle, situado en lo que se conoce como plaza de la Pescadería, lugar de recepción del tráfico portuario desde mediados del siglo XVIII, desembarcaban en una espaciosa plaza, entonces denominada del Embarcadero, con una artística fuente de mármol en su centro. Al fondo de la misma sobresalían los torreones de la vieja fortaleza y a sus pies un edificio comunal, la lonja de pescado.
Aunque hubo otras pescaderías previas, siempre vinculadas al muelle y cercanas al río, es en 1778 cuando, ante la necesidad de un nuevo edificio acorde con los tiempos, el Conde O’Reilly, quien en 1775 se había trasladado a El Puerto como capitán general de las Costas y Ejército de Andalucía, recibió autorización del Consejo de Castilla para “formar diseño de la traza, planta y condiciones que son necesarias para poner corriente la Pescadería” (Barros Caneda 2001, 137).
Para su edificación se aprovecharon las obras emprendidas unos años antes destinadas a la construcción de la Casa Consistorial y Cárcel publica (ver), obras que fueron paralizadas por el duque de Medinaceli, argumentando entre otras cuestiones que dicho inmueble con sus dos alturas previstas “sepultaba las vistas principales del castillo, sus torreones, almenas y trofeos…”.
Con un desarrollo similar al edificio fallido y en esta ocasión con una sola altura, se levantó la nueva lonja, ocupando una manzana completa de aprox. 40 x 30 m. (FOT. 2)
Su distribución interior, hoy muy modificada, aunque permanecen restos de su traza inicial, respondía a las necesidades funcionales a la que se destinaba el establecimiento: patio central abierto y galerías formadas por arcadas sobre pilares. En ambos lados dos pabellones que estarían dedicados a oficinas de los diputados, pesas, etc. Contó asimismo con dos accesos, el público situado en la fachada principal (FOT. 3) y otro de servicio en la fachada lateral derecha (FOT. 4).
A pesar de tratarse de un edificio funcional, debido a su situación, fue dotado de una elegante fachada en piedra con soportales en su cuerpo central que recuerdan a los existentes a lo largo de la ribera del río. Dichos soportales están formados por una arcada de siete medios puntos, salvo el central, con arco rebajado, sobre el que se eleva, asentado sobre una balaustrada tallada, un remate piramidal sustento del escudo en mármol de la ciudad, lo que acredita el carácter público del edificio y el símbolo en bajorrelieve de un pez en referencia a su uso como lonja de pescado (FOT. 5).
A derecha e izquierda de los soportales se alzan dos cuerpos, correspondientes a los pabellones laterales, con vanos adintelados inscritos en arcos ciegos y decorados con elementos ornamentales propios del barroco. Remata el conjunto una cornisa con diez pináculos piramidales asentados en la línea de los pilares.
Esta histórica lonja estuvo en uso durante más de un siglo. En 1876 fue construida enfrente una nueva lonja para atender no solo a las necesidades locales, sino también a la industria de distribución, estableciéndose en la antigua, tras su remodelación, la popular taberna ‘El Resbaladero’, con cuya denominación se sigue conociendo el inmueble.
Hoy esta magnífica fachada diseñada para ser vista en un espacio abierto permanece constreñida entre el tráfico rodado de la calle Micaela Aramburu y el enorme y anodino bloque de viviendas situado en su frente. Esperamos que algún día podamos contemplarla en todo su esplendor (FOT. 6). –
R.G.R.