La apertura de la ‘calle larga’ en 1722 conllevó el cierre del San Pedro o Salado. Un “sacrificio” que fue preciso realizar para que sus aguas fluyeran por el nuevo cauce artificial del Guadalete. Así, en el curso del San Pedro, a 100 metros de la actual orilla del Guadalete donde comenzó a excavarse la ‘calle larga’, el ingeniero Ignacio Sala mandó construir, en el lugar que llamaron La Tapa, una cortadura formada con piedras y estacas.
Pero las habituales crecidas y avenidas del Guadalete y del San Pedro fueron minando y socavando “la tapa” hasta que quedó arruinada en 1733. Sobre el terreno aún se observa el lugar donde están soterrados los cimientos de aquella primera y efímera cortadura del San Pedro (Fot. 1).
De inmediato, en diciembre de 1733 el ingeniero Bartolomé Joaquín de Mendiola (mano derecha de Sala y artífice al año siguiente del muelle y fuente de las Galeras) proyectó y ejecutó, ahora a orilla del Guadalete, otra cortadura más consistente, con un frente de 105 m y 12 m de ancho formado con estacadas, cajones de piedras calizas (traídas de alguna cantera alejada de la bahía) y en medio tierra y fajinas (ramas menudas) (Fot. 1). Es la obra que parcialmente hoy se contempla, en bajamar, junto al desaparecido curso del San Pedro (Fot. 2).
Y al paso de unos años, en diciembre de 1742 y de nuevo con la dirección de Ignacio Sala, aguas abajo del San Pedro se proyectó (en lugar que no podemos precisar a falta de un reconocimiento del terreno) otra cortadura para que las mareas no arruinasen la tapa de 1733. Se formó a comienzos de 1743 con un sólido paredón de sillarejos y hormigón afianzado sobre la línea de bajamar y bajo ésta un montón de piedras ataludadas y recubiertas con maderas a modo de empalizadas (Fot. 3).
Así fue como el San Pedro en 1721-1743se convirtió en un brazo de mar alimentado por las mareas. Hoy su curso está mas menguado que entonces, encontrándose su cola a 2.300 metros del lugar donde se cerró en 1733 (Fots. 4 y 5).
Pero no se pierda la memoria de que el San Pedro fue, antes de que a fines del s. I a.C. Balbo el Menor abriera la actual desembocadura de El Puerto, el antiguo curso del Guadalete que a la altura de El Portal se dividía en dos brazos: el propio San Pedro y al pie de la Sierra de San Cristóbal la madre vieja del Guadalete que antes de Balbo, fluyendo a espalda del Coto de la Isleta en un entorno de caños mareales, se unía al San Pedro para desaguar a la bahía cerca de Puerto Real.
La apertura de la ‘calle larga’ del Guadalete ayudó a mejorar el estado de su barra, permitiendo el desarrollo comercial que vivió El Puerto -la bahía entera- durante el siglo XVIII, convirtiéndose el puerto del Guadalete en uno de los más importantes de la Corona. Y también la ‘calle larga’ propició que el nuevo Guadalete, en detrimento del San Pedro, continuara siendo un río y no se convirtiera, a causa del cegamiento de la madre vieja, en una ría.
La navegación comercial por la ‘calle larga’ hasta el muelle de El Portal se perdió en 1856, cuando el viejo embarcadero dejó de utilizarse al inaugurarse la línea férrea entre Jerez y El Trocadero, que hasta 1922 fue la nueva vía de salida al mar del vino jerezano para su exportación.
Finalmente recordaremos una anécdota que contó Mariano López Muñoz en su libro, recopilatorio de artículos de prensa, Las trovas del Guadalete (1926). A comienzos de la década de 1920 pasó por El Puerto Francisco Cambó, entonces líder de la Liga Regionalista de Cataluña. Sus anfitriones en la ciudad lo invitaron a contemplar el Guadalete, y asomado a la muralla del río preguntó: ¿A dónde se va por este río? Ante el sepulcral silencio de los presentes repitió la pregunta, y ya uno dijo: Ahora a ninguna parte. Cambó se encogió de hombros y se retiró. Significativa anécdota que aún en nuestros días da que pensar e invita a reflexionar sobre el pasado, el presente y el futuro de nuestro histórico y olvidado río. –
Enrique Pérez Fernández