En la esquina de la avda. de la Bajamar con la pl. del Embarcadero o pl. de la Pescadería y fachada a Micaela Aramburu se levanta un imponente edificio conocido como “La Aduana” por haber sido sede de la Aduana Real antes de convertirse en viviendas de alquiler y asiento de diversos establecimientos y conocidas tabernas, como el Bar “La Lucha” frecuentada por las gentes de la mar (FOT. 1 y 2).
Hoy nos contempla envejecido y ruinoso recordando su larga historia a la espera de su varias veces anunciado renacer. Sus orígenes, dados a conocer por M. A. Caballero en un documentado artículo publicado en la Revista de Historia de El Puerto, se remontan al último cuarto de siglo XVII, cuando el comerciante de origen holandés, Gilberto de Mels, se instala en el lugar y edifica su vivienda con todas las dependencias necesarias para ejercer su oficio (bodegas, caballerizas, almacenes, un horno para fabricación de bizcocho, etc.).
En 1702, como represalia por el ataque angloholandés a Cádiz y a las ciudades de El Puerto y Rota, el edificio fue confiscado por la Corona y durante un tiempo en las casas principales fue instalada la Posada del Rey, mientras que el resto fue destinado a arrendamiento.
Avanzando el siglo XVIII, el comerciante sevillano, Pedro Pumarejo formalizó unos acuerdos con la Corona, por los cuales se hizo cargo del inmueble a cambio de poder realizar portales a ambos frentes, además de poder construir viviendas sobre ellos. Obras que contaron con la aprobación del Cabildo, considerando dichos portales en “el sitio vaxo de utilidad pública”.
Es en 1785 cuando se decide por parte de la Real Hacienda, aprovechando parte las edificaciones anteriores, levantar el edificio que hoy vemos para la instalación de la Real Fábrica de Aguardientes y Licores. La elección de este emplazamiento estuvo motivada por la proximidad al embarcadero y la abundancia y buena calidad de las aguas de la Piedad, que ya estaban canalizadas en la ciudad, necesarias en el proceso de elaboración de las bebidas espirituosas.
Para el suministro del agua la Real Hacienda y el Ayuntamiento firmaron un acuerdo por el que, a cambio de la cesión gratuita de dos pajas de agua, la ciudad obtendría un reloj de campana para cubrir las necesidades del cada vez más poblado barrio de Guía, ya que el único reloj existente era el de la Iglesia Mayor y este “no se oye en la mitad del Pueblo” (Caballero, p. 64) (FOT. 3).
Inaugurado a finales de 1799, se trata de uno de los mejores ejemplos del estilo neoclásico en la zona. Con dos alturas su fachada principal hace frente a la por entonces suntuosa plaza del Embarcadero, puerta de entrada y salida de viajeros por mar (FOT. 4). En la planta baja presentaba once portales, hoy tapiados, tras los que se encuentra retranqueada la fachada de la planta baja. En la segunda planta destaca el cuerpo central con un balcón de mayor tamaño cuya forja presenta en su centro las letras de la abreviatura de Real Fábrica (FOT. 5). Remata este balcón en la parte alta un pretil en el que se aloja la esfera del reloj. Retranqueado asoma sobre la azotea un templete circular, en su día cubierto por un cupulín, en el que se alojaba la campana del reloj (FOT. 3).
Tras acceder por la puerta principal destaca una magnifica escalera de tipo imperial con tramos que se bifurcan y encuentran en los rellanos donde son cubiertos con pequeñas cúpulas en su centro y bóvedas de aristas en cada lado (FOT. 6).
Aunque el Estado no abandona la producción directa en todas sus fábricas hasta 1818, tras el abandono de la ciudad por los franceses en 1813, las dependencias de la Aduana Real, antes en la plazuela del mismo nombre, hoy plaza de Colón, pasan a las dependencias de la Real Fábrica de Aguardiente. Mediado el siglo, debido el estado de deterioro que presentaba el edificio, las oficinas de la Aduana se trasladan a la Plaza de la Herrería y el inmueble salió a pública subasta siendo adquirido en 1859 por Críspulo Martínez quien lo destina a casa para viviendas de alquiler y locales comerciales. Para ello acomete una serie de obras entre las que se encontraba el cierre de los arcos que aún quedaban abiertos en los portales, dejando solo dos libres como acceso uno a la planta alta y otro al corral de vecinos en el que se transforma el patio interior (FOT. 6).
Su imagen ha pasado a formar parte de la historia de España al ser el telón de fondo del cuadro ‘Desembarco de Fernando VII en El Puerto de Santa María’ de José Aparicio e Inglada que se conserva en el Museo Nacional del Romanticismo (FOT. 7).
R.G.R.