La iglesia conventual de San Francisco .- IV. El retablo mayor

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No podemos finalizar la serie dedicada al monasterio de San Francisco de El Puerto sin referirnos a una de sus grandes joyas artísticas: el retablo mayor de su iglesia conventual. Será a comienzos del siglo XXI cuando se avance en la investigación del mismo gracias a las aportaciones de historiadores del arte como Herrera García y Moreno Arana, a quienes seguimos en estas líneas.

Después de prolongar la nave de la iglesia y construir un ábside exento se renueva la capilla mayor y se levanta el magnífico retablo que ha llegado a nuestros días con ligeras reformas. Dichos especialistas aclaran cuestiones relativas a su cronología y autoría, pudiendo afirmarse que su paternidad está asegurada. Sabemos que fue costeado por el teniente general Francisco Pérez Mancheño, quien en su testamento de 1722 manifiesta sus deseos de contribuir con la comunidad franciscana y enterrarse en la capilla de San Antonio, donde efectivamente se conserva su lápida. Debió estar finalizada la construcción del retablo mayor (al menos en cuanto a sus labores de talla se refiere) hacia 1737, año en que se abona a Matías José Navarro un pago y se cancela el compromiso del encargo de los franciscanos.

Con este y otros documentos quedan refutadas anteriores atribuciones a Luis de Vilches y Jerónimo Balbás. Este impresionante retablo se contrató con los hermanos Matías José, Diego y José Navarro, ensambladores y escultores lebrijanos afincados primero en El Puerto y más tarde en Jerez, desde cuyos talleres inundaron de retablos de estípites muy personales buena parte de la provincia de Cádiz.

Analizando lacomposición, iconografía y decoraciónde este retablo llegamos a la conclusión de que se trata de una obra excepcional tanto por su ejecución como por su diseño arquitectónico, tan dinámico y efectista. Se concibe con una visión escenográfica y majestuosa a modo de telón de fondo no solo de la capilla mayor (espacio adecuando a la gran ceremonia sacra donde desarrollar la liturgia católica) sino de todo el templo. La medida, la proporción y el equilibrio han sido sustituidos por la ruptura de elementos clásicos, los juegos de perspectiva, un espíritu ascensional y el ilusionismo visual creado para adaptarse a la planta poligonal del ábside y prolongar su ático invadiendo parcialmente la bóveda vaída que cubre el presbiterio.

En cuanto a su composición, cuenta con los elementos típicos en todo retablo: banco, cuerpo principal (aquí formado por cinco calles, la central más ancha que las laterales) y ático en forma de cuarto de esfera. Voluminosos y muy decorados estípites de capitel compuesto marcan la separación de los ejes verticales a la par que avanzan y se contraen espacialmente para enmarcar las figuras mostradas en cuatro niveles. En la calle central se superponen el sagrario, un manifestador y una profunda hornacina reformada respecto al plan primitivo. En ella se han sucedido varias imágenes: la Inmaculada primitiva, un Crucificado, un Corazón de Jesús y actualmente otra talla magnífica de Cristo en la cruz, que merece estudio aparte. Sobre esta especie de camarín se abre otro manifestador, ahora ocupado por una pequeña talla moderna de San Miguel, bajo cuya advocación se construyó el templo.

En sus calles laterales, achaflanadas y separadas por elevados estípites del cuerpo principal, se desarrolla con fines propagandísticos el programa iconográfico, todo un repertorio hagiográfico del franciscanismo a base de imágenes de tamaño natural, medios cuerpos y tondos con bustos en altorrelieve. Representan desde los fundadores de las dos ramas (san Francisco y santa Clara) y reformador (san Pedro de Alcántara) hasta famosos predicadores (san Antonio, san Francisco Solano y san Bernardino de Siena), eruditos (el filósofo, teólogo y prestigioso san Buenaventura) y hermanos legos (san Diego de Alcalá y san Pascual bailón), además de terciarias franciscanas destacadas por su caridad (santas Rosa de Viterbo, Margarita de Cortona, Isabel de Hungría e Isabel de Portugal). Un altorrelieve del Padre Eterno entre nubes y rayos centra la composición del ático. En otra ocasión nos ocuparemos de estas esculturas, en las que se aprecian varias calidades que obedecen a los distintos autores que trabajarían en el conjunto.

Son igualmente dignos de mencionarse por su riqueza y variedad los elementos decorativos desplegados por todo el retablo en una especie de horror vacui. Pueden distinguirse entre los figurativos (la variedad de ángeles en distintas posturas y actitudes llama la atención), vegetales y geométricos. En toda esta exuberante ornamentación se aprecia un virtuosismo técnico del que hacen gala los hermanos Navarro en sus creaciones retablísticas. Desde la restauración efectuada en 2006 (ejemplo que debería seguirse en otros conventos e iglesias de nuestra ciudad), podemos disfrutar más de la calidad artística y singular belleza de esta pieza esencial en el conjunto del patrimonio sacro de El Puerto.

Francisco González Luque

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Retablo mayor de San Francisco. Hermanos Navarro. Año 1737. Fotografía F. Glez. Luque y F. Pérez Selma
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Padre eterno. Ático. Detalle. Fotografía F. Glez. Luque y F. Pérez Selma
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Detalle de talla del retablo/ San Buenaventura/ Santo Domingo. Fotografías F. Glez. Luque y F. Pérez Selma
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Ángel con cuerno de la abundancia y angelitos del ático. Detalle. Fotografías F. Glez. Luque y F. Pérez Selma

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