Mucho se ha escrito acerca del portuense monasterio de la Victoria. Documentos, legajos, pero sobre todo una extensa bibliografía pone de relieve que este insigne monumento tiene tras de sí una considerable controversia y ciertos matices políticos, ideológicos y personales en lo que respecta a su fundación. Así llegan en sus investigaciones (que sugiero consultar), el catedrático onubense Antonio Sánchez González y los historiadores portuenses Ana Becerra y Javier Maldonado.
El de La Victoria de El Puerto es uno de los monasterios más antiguos de la península; el tercero, después de Málaga y Andújar. La bibliografía consultada sitúa su fundación y la llegada de los frailes mínimos a la ciudad en el día 2 de febrero de 1502, que es la data precisa que dan fray Juan de Morales en su Epítome sobre la orden mínima y fray Lucas de Montoya en la Crónica General sobre la misma orden.
Aunque, a decir verdad, las fuentes documentales no hacen sino crear más desconcierto. Así, si nos fijamos en el Protocolo del Monasterio de la Victoria conservado en el Archivo Histórico Nacional, no hay certeza sobre el día y el año de su fundación y se alude a la bula de Julio II y a que los monjes hacia tres años que se habían asentado en la ermita de San Roque. Por tanto, según estas fuentes, fue en 1503 cuando llegaron los primeros frailes a nuestra ciudad. A pesar de todo, en el archivo del Arzobispado de Sevilla se atisba que fue fundado por los duques de Medinaceli en 1502, en una ermita que se ubicaba en las huertas del monasterio. Hasta aquí, las fechas y los datos de las fuentes consultadas.
Sea como fuere, esta casa de religiosos –de la que queda en pie gran parte de iglesia y su claustro- fue fundado bajo la advocación de Nuestra Señora de la Victoria y el patrocinio de los duques de Medinaceli y Condes del Puerto de Santa María: Don Juan de la Cerda y Doña Mencía Manuel de Portugal en los inicios del siglo XVI.
Ha llovido mucho desde los inicios del siglo XVI hasta la fecha. Sus vicisitudes y la peculiaridad de haberse fundado como convento y acabado como penal, hacen controvertido, sugestivo e impar este singular edificio portuense. Los duques de Medinaceli lo tuvieron claro, ampararon el establecimiento de la orden de los mínimos en El Puerto y por ende -obedeciendo a los Reyes Católicos- convirtieron, sin duda, este Monasterio en la Joya de su Corona.
Enrique Bartolomé López