Con asombro comprobamos la escasez de referencias bibliográficas y documentales conservadas sobre el mismo. Ni siquiera los eruditos y autores clásicos lo mencionan. Se entiende que Hipólito Sancho en su Historia del Puerto, por motivos de cronología (finaliza su estudio de la ciudad en el siglo XVIII) no aluda a él y la explicación que encuentro en que Ruiz de Cortázar tampoco lo haga es parecida, ya que escribió su «Puerto de Santa María ilustrado…” en 1764, lo cual puede indicarnos que aún no estuviera levantado. Por no saber, ni siquiera hemos encontrado fecha de su construcción ni maestro de obras o escultor que trabajaran en él.
Únicamente lo hemos visto citado en documentación oficial de los años noventa del siglo XX y ya en el actual a su entorno se refiere J. R. Barros Caneda en su obra “El Puerto de Sta. María, la ciudad renovada” (2001), A. Gutiérrez Ruiz en el libro titulado “El Huerto de los Jazmines” (2011) y en “Gente del Puerto” 2019 a propósito de rescatar unos informes en las Actas capitulares de 1872 que aludían al intento de derribo y posterior restauración del Arco.
Las referencias más recientes proceden de la Definición del Conjunto Histórico de 1991, el Precatálogo de bienes protegidos de 2012 y el Peprichye de 2021, a los que aludiremos más adelante.
Para aproximarnos a los orígenes de esta interesante muestra de patrimonio urbano habría que remontarse a mediados del siglo XVIII y recordar la evolución del urbanismo en los límites del Ejido de la Victoria, las calles La Rosa, confluencia de Larga y Cielo y el futuro barrio de la Trinidad, zona prácticamente ocupada por huertas y olivares, propiedades la mayoría del convento de mínimos en aquella época.
En la segunda mitad del siglo XVIII se fue recuperando el abandonado centro histórico de El Puerto, se adecentaron, empedraron o ampliaron varias calles y se abrieron otras nuevas a la par que se fue dotando a la ciudad de modernas construcciones civiles, militares, públicas y religiosas y el municipio fue expandiéndose hacia el monasterio de la Victoria con la integración de zonas anteriormente en despoblado.
A lo largo del siglo XIX con el ascenso de la burguesía, asistimos a grandes transformaciones en el paisaje urbano, al desarrollo de la industria vinatera y a la aparición de edificaciones bodegueras en la periferia (Campo de Guía y Santa Clara-La Victoria, por ejemplo). Los mismos propietarios reclamaban al Ayuntamiento mejoras en las vías urbanas y nuevos accesos a sus fábricas o bodegas, como fue el caso de las de vidrio y tejidos en la zona que nos ocupa.
En 1865, por ejemplo, los propietarios de la fábrica de vidrios La Ceres, llegaron incluso a comprometerse a costear la mano de obra desde la plaza de los Jazmines hasta el Ejido, a lo que el cabildo accedió con la doble condición de utilizar grava de una cantera municipal y que las labores fuesen supervisadas por la Comisión de Obras públicas (Riaño Manzanero, 1995: 9) –
Francisco González Luque