Tras la crisis acaecida en las ciudades de la Bahía una vez perdido el comercio con las colonias americanas, lo que conduce en 1814 a la subasta de la fabrica de tejidos Santísima Trinidad y de otras propiedades del entorno, comienza en el segundo tercio del siglo XIX un resurgimiento urbanístico debido al desarrollo de la industria bodeguera que afectó directamente a la transformación de esta zona.
La construcción de bodegas y casas de burgueses adinerados suponen el progresivo cambio de terrenos, que poco a poco pasa de carácter rústico a residencial, pues serviría de expansión de la ciudad, si bien conservando el trazado urbanístico impuesto por los procesos iniciales (Barros Caneda 2001: 61)
En este sentido es muy ilustrativo el plano de Miguel Palacios de 1865. En él aparece diferenciada entre las calles Cielos y la Rosa la bodega de D. Guillermo Burdon, uno de los principales exportadores de la región en estas fechas. Asimismo, Palacios Guillén representa con detalle la finca de campo o quinta, situada a la derecha de la calle Santísima Trinidad propiedad por entonces de Fernando Terry, actual Hotel Duques de Medinaceli.
En 1872 el Arco de la Trinidad, tras un siglo de existencia, se encontraba bastante deteriorado y debía contrastar con la calidad de las fachadas de las nuevas edificaciones limítrofes, lo que llevó al cabildo municipal a plantear su derribo, aunque afortunadamente no se llevó a efecto.
Gutiérrez Ruiz (Gente del Puerto 2019) recoge dos Actas Capitulares sobre este asunto. En la primera se solicitaba al maestro mayor de obras del Ayuntamiento un presupuesto para su restauración, que ascendía a 1.960 reales de vellón, pero ante tal gasto -elevado e innecesario a juicio del cabildo municipal- se decidió su derribo para dejar “franca y expedita la entrada a la calle de la Santísima Trinidad” (A.M.P.S.M. Actas Capitulares. Legajo 140. 15 noviembre 1872. Punto 7º: “Que se derrive el arco de la plaza de los jazmines”. Fol. 488 v.).
Un mes después fue restaurado invirtiéndose solo 541 rv. en materiales y jornales para su reparación: “El Exmo. Ayuntamiento acordó se satisfaga dicha suma con cargo al capitulo de imprevistos del presupuesto municipal vigente” (17 diciembre 1872. Fol. 552 v. y 553 r. Punto 10: “Reparación de la calle de la Stma. Trinidad”).
No hay que sorprenderse de esta actitud irrespetuosa con el patrimonio y con los sentimientos religiosos de muchos portuenses. La mentalidad anticlerical de buena parte del siglo XIX daría al traste con varias manifestaciones artísticas (el humilladero del Calvario o el convento de los Descalzos, por ejemplo). Menos mal que, en el caso del Arco de la Trinidad, aun podemos disfrutarlo en nuestras calles, si bien, como ocurrió a fines del siglo XIX necesitado de reparación.
Francisco González Luque