Sin duda, uno de los elementos más representativos del carnaval son las máscaras. Con tal motivo nos detenemos hoy en otras máscaras que desde sus posiciones dominantes parecen contemplar nuestro devenir diario: las máscaras arquitectónicas.
La máscara o mascarón, constituye un recurso usual en la arquitectura occidental desde el Mundo Antiguo que resucita con especial énfasis a partir del Renacimiento, en virtud de la cultura del Humanismo, con un uso continuado hasta fines de la edad Moderna.
Representan rostros humanos, en ocasiones con aspecto grotesco o monstruoso (FOT. 1 cl. Sta. Lucía 15), zoomorfos, o con diferentes grados de hibridez, a veces metamorfoseados a partir de las hojas carnosas vegetales (FOT. 2. Claustro del exconvento de Santo Domingo).
Incorporadas a nuestros edificios, tanto civiles como religiosos, ocupan determinadas posiciones en el conjunto, ya sea rematando las pilastras que enmarcan las portadas (FOT 3, cl. Pedro Muñoz Seca 17), en la base de escudos de armas, (FOT. 4. Palacio Bernabé y Madero), pequeñas máscaras intercaladas en un friso (FOT. 5. Palacio Álvarez Pimentel) o sirven de caño para una gárgola (FOT. 6. Iglesia Mayor) o una fuente (FOT. 7. Fuente de la plaza del Embarcadero, en la actualidad en el parque Calderón).
Aunque en la actualidad pasado el tiempo, con el cambio de mentalidad y de cultura han perdido su significado y nos parecen meros elementos decorativos, no podemos olvidar que, aparte de una función decorativa, encierran un simbolismo (carácter protector, alegorías de vicios y virtudes…) relacionado con la obra arquitectónica o escultórica en la que se encuentran.
Feliz Carnaval a todos. – R.G.R.