El 14 de noviembre de 1722 comenzó a correr el agua por el nuevo cauce del Guadalete que entonces se excavó en la marisma portuense con un trazado rectilíneo de 3.800 metros. Colosal obra hidráulica que en la época llamaron “calle larga”, tal como fue conocida por los marineros portuenses hasta que mediado el siglo XX se perdió su memoria. Nació así el curso del río que ha llegado a nuestros días, aunque parezca que siempre ha estado ahí.
Entre otros beneficios, aquella obra antrópica posibilitó que el Guadalete no se convirtiera en una ría que no fluyera más arriba del actual puente de San Alejandro. A costa, eso sí, del curso del río San Pedro, que entonces, en el lugar donde comenzó a excavarse la ‘calle larga’, se cerró para que sus aguas corrieran por el nuevo cauce, convirtiéndose el San Pedro, tal como es hoy, en un brazo de mar alimentado por las mareas. Cierre que se realizó en el enclave que llamaron La Tapa, donde está el linde noreste del Parque Natural de la Bahía de Cádiz y de los términos municipales de Jerez, Puerto Real y El Puerto.
Pero antes de escribir de tan destacadas intervenciones antrópicas en próximas entregas, es preciso referir cómo eran ambos cursos fluviales antes de 1722. Para ello nos remontaremos a principios del siglo XIV, cuando comenzó un cambio climático conocido como “Pequeña Edad de Hielo”.
Durante esta etapa se sucedieron períodos de intensas lluvias con otros de prolongadas sequías. Este hecho, unido a la intensa deforestación que sufrió la Sierra de Cádiz desde la Baja Edad Media, provocó que el Guadalete arrastrara ingentes cantidades de sedimentos que quedaron depositados en su curso inferior, dando lugar a la formación de numerosos bajos. El río tuvo que abrirse paso entre sus propios aluviones creando meandros y tornos que a mediados del siglo XVII, coincidiendo con unos de los máximos picos de la Pequeña Edad de Hielo, dificultaron la navegación hasta hacerla inviable.
Sobre el fotograma del vuelo americano de 1956 adjunto, marcamos los cursos del Guadalete (en celeste) y del San Pedro (azul) tal como eran en el s XVII. Próximo al borde derecho de las marismas transcurría el curso que la documentación de la Edad Moderna llama “madre vieja del Guadalete”, cuyo cauce, cegado por los sedimentos, desapareció a fines del XIX.
Era el río del que una de las Cantigas de Alfonso X (la 328) refiere que“corre con gran brío”; el Guadalete “por donde vienen grandes navíos”, decía el rey en la carta-puebla fundacional de Santa María del Puerto (1281); y del que otra cantiga (356) contaba que una de las habituales riadas se llevó en El Portal un puente (entiéndase en su antigua acepción de embarcadero) cuyas maderas llegaron a El Puertoy se emplearon en los andamiajes de la iglesia-fortaleza (Castillo de San Marcos) que entonces, hacia 1268, se construía.
Pero desde comienzos del s. XVII la ‘madre vieja’ no fluía como antaño. Once eran los bajos que tenía el Guadalete desde El Portal hasta su desembocadura en El Puerto: La Galera, El Granadillo y Puerto Franco en término jerezano y en el portuense La Isleta, Sidueña o La Cantera Vieja (frente a Doña Blanca), El Carrizal, La Esparraguera, La Cantera del Palmar, Las Salinas y el del Puerto.
Por contra, el río San Pedro no tenía ningún bajo y sólo tres tornos, por lo que desde su cola se podía llegar a la desembocadura al mar en La Cabezuela en seis horas de navegación. En la imagen marcamos (en verde) un tramo del San Pedro que confluía con el Guadalete a la altura de El Portal que quedó cegado en un tiempo impreciso anterior al s. XVII.
Las autoridades jerezanas, ante la extrema dificultad de navegar por el Guadalete desde el muelle de El Portal, en el verano de 1648 tomaron la decisión, pese a su ilegalidad, de abrir un canal que enlazó el Guadalete con la cola del San Pedro. Y comenzó entonces entre Jerez y El Puerto, en certeras palabras de Hipólito Sancho, un “pleito enojosísimo, violento, enmarañado, lleno de pasión”. De la apertura y consecuencias que conllevó la apertura de aquel canal, que ha llegado a nuestros días y que posibilitó la gran obra de la ‘calle larga’, trataremos en la próxima entrega.
Enrique Pérez Fernández