Decíamos en la anterior entrega que a mediados del siglo XVII la navegación por el Guadalete a su paso por las marismas era extremadamente complicada, especialmente para los barcos del comercio jerezano que fondeaban en el muelle de El Portal. Tan complicada era que, según decía el Gobernador de Jerez en 1648, “consta este río desde el Portal a su boca de muchos bajos, que obligan en cada uno a alijar [desembarcar] las pipas de vino, que es el principal fruto que se carga […] esperando tantas mareas de pleamar para embarcarlas y pasar de bajo en bajo.”
Así las cosas, en mayo de aquel año de 1648 las autoridades jerezanas acordaron cerrar el comercio y suministro de víveres con El Puerto para evitar el contagio de la peste bubónica que por entonces se había asentado en nuestra ciudad. Y a comienzos de julio, supuestamente con el mismo fin, el Cabildo de Jerez decidió excavar, en término jerezano inmediato al portuense, un estrecho canal de 560 metros de longitud que unió el curso del Guadalete a la cola del San Pedro (Fot. 1), en linde al olivar de Cartagena, donde ambos ríos se aproximaban más.
La obra fue patrocinada por la jerezana cofradía de San Pedro, de la que tomó nuevo nombre el río que hasta entonces y de antiguo llamaban Salado o Saladillo de Puerto Real (como lo continuaron nombrando los portuenses durante mucho tiempo). La intervención de la cofradía en la apertura del canal habría que entenderla como un acto por el que el Cabildo jerezano, consciente de que la obra era ilegal, se amparaba en la Iglesia como quien se acoge a sagrado.
No tardó El Puerto en presentar una querella ante el Consejo de Castilla para que Jerez cerrara el canal y restituyera las aguas al curso de la ‘madre vieja’. Y Jerez, en defensa de sus intereses, editó un folleto dirigido a Felipe IV (Fot. 3) dando cuenta de las razones que propiciaron su apertura.
La peste y el cegamiento de la ‘madre vieja’ del Guadalete fueron las razones que Jerez adujo para abrir el canal, pero, en verdad, también terciaron motivos económicos de gran calado e intereses encontrados entre una ciudad realenga –Jerez– y otra –El Puerto–de régimen señorial, propia del ducado de Medinaceli.
Otra razón, no enunciada por Jerez pero también principal, era que con la salida al mar por el término de Puerto Real los barcos jerezanos evitaban pagar los tributos fijados por el señorío portuense, motivo ‘in illo tempore’ de repetidas disputas entre ambas localidades por el derecho o no que tenía la villa señorial de cobrar a las naves jerezanas los derechos de anclaje en El Puerto. Desencuentros que fueron especialmente virulentos a partir de la segunda mitad del siglo XV. Puerto Real, en cambio, era villa realenga desde su fundación por los Reyes Católicos en 1483, y dependiente del Concejo de Jerez desde 1488 hasta 1543, por lo que los jerezanos tuvieron con el Puerto Real un estrecho vínculo. Desde El Puerto la apertura del canal se contempló con otros ojos: la pérdida de los tributos que pagaban los barcos jerezanos y la pérdida de caudal que la obra supondría a la ya muy menguada ‘madre vieja’ del Guadalete.
Comenzó en el verano de 1648 un tiempo de continuas disputas judiciales entre ambas ciudades que, en principio, se prolongaron hasta 1654, cuando el Consejo de Castilla resolvió que Jerez debía cerrar a sus expensas el ilegal canal. En la resolución favorable a los intereses portuenses no poco debió influir la presencia en El Puerto del duque de Medinaceli, don Antonio Juan Luis de la Cerda, a la sazón Capitán General del Mar Océano y Costas de Andalucía y su vínculo fraternal –por él corría sangre real–con las más altas instancias del Estado.
Pero Jerez se negó a cerrar el canal del olivar de Cartagena. Y pasó lo que le contaremos en la próxima entrega.
Enrique Pérez Fernández