Esta conocida casa es sin duda una de las mejores muestras de lo que fueron las casas de cargadores a Indias en nuestra ciudad. Fue erigida en 1708, por D. Juan Vizarrón y Aranibar perteneciente a la estirpe vasco-navarra asentada en El Puerto y ejemplo típico de gran comerciante en el tránsito del siglo XVII al XVIII enriquecido con el comercio de Ultramar, lo que le facilitó su ascenso a clase aristocrática.
Debido a su amplitud y magnificencia fue elegida para residencia de los reyes Felipe V e Isabel de Farnesio en tres ocasiones en los años 1729 – fecha de la reincorporación de El Puerto a la jurisdicción de realengo – y 1730. La primera muy breve, de tan solo una jornada, y las otras dos para pasar sus vacaciones estivales, siendo especialmente dilatada la del verano de 1729 que duro tres meses. Por este motivo D. Juan de Vizarrón recibió el privilegio de colocar cadenas en su fachada, de donde tomó la denominación popular con la que es conocida.
Situada en la marina, ocupaba en su origen una manzana exenta, con el frente principal a la plaza de Polvorista, donde destaca su magnífica portada en la que luce el blasón familiar y en cuyo dintel debieron colocarse “según estilo” las cadenas, desaparecidas en el s XIX, distintivo de haber sido alojamiento real.
Dos entradas secundarias se abren en lateral a la calle Vizarrón, hoy Cadenas. Una, se usaba para el tránsito a los almacenes, y la otra con almohadillado de piedra y rematada con un pequeño relieve muy deteriorado en la clave ¿sirena?, servía para ingreso al patio trasero, donde según el mismo D. Juan de Vizarrón refiere en la cláusula de constitución de mayorazgo de su rama se encontraba
“…un molino de aceite, dos vigas, todos sus aderentes [sic] para su manifatura [sic], tinajas y demás pertenecientes a dicho molino…” (Monguió Becher, 1974, p. 981).
En la parte trasera, inmediata a la ribera, cuenta el historiador local A. Ruiz de Cortázar (1764, p. 412) que existía un cenador o balcón corrido desde el que los invitados regios se deleitaban con la dilatada vista que desde allí se contemplaba. También en este costado eran visibles, hasta su desafortunado derribo, una especie de contrafuertes exteriores, probablemente los estribos del embarcadero fijo que se construyó con objeto de facilitar el acceso de la familia real a los faluchos con los que paseaban por el río y cruzaban al Coto para cazar conejos. (Memorias de José-Miguel Bernal, publicadas por Iglesias Rodríguez, J.J. 2004, p.61 y 139)
La última fachada, hoy oculta entre modernas edificaciones, lindaba con un “corralón”, corral del agua o de las pesquerías (M. A. Caballero, 1994, p.53 y 55), en el que se habilitó en 1730 a instancias de José Patiño, ministro de Felipe V un jardín para disfrute de la familia real y su séquito, tal y como queda reflejado en el plano de 1735/40.
Ruiz de Cortázar (p. 412) describe el jardín de la siguiente forma:
“Para mayor diversión en el espacio corto de ocho días se formó un jardín sobre un sitio contiguo, que siendo corral de pesquería en donde entraba el río se vio igualado con el terreno, con fuertes árboles, flores y adornado de glorietas con comunicación a estas casas, cosa que al verlo parecía increíble…”
El que fue palacio alabado por los reyes “que en ningún lugar habían tenido, fuera del Alcázar de Sevilla más cómodo alojamiento”, se encontraba hasta hace escasas fechas en total estado de abandono y amenazando ruina, por lo que ha sido recientemente sometido, por parte de la propiedad, a trabajos de consolidación.
Estos trabajos, expuestos recientemente por la arquitecta responsable, han permitido confirmar la existencia de una planta alta, desaparecida, para las dependencias del servicio, habitual en este tipo de casas, y el hallazgo “in situ” de un quintal perteneciente a una de las vigas de la almazara, aunque nos tememos que el resto de las estructuras de este molino aceitero se hayan perdido en la desafortunada demolición de la finca trasera.
R.G.R.