Como es conocido, la plaza debe su nombre al hecho de que fue durante mas de un siglo, entre 1540 y 1688, el punto de atraque de las galeras reales, ya que el lugar presentaba las condiciones necesarias para albergar a un determinado número de estas naves y una infraestructura adecuada para hombres y bastimentos.
Aunque a lo largo del siglo XVI no existió un puerto de amarre único de la escuadra de galeras de España, siendo Cartagena, el Puerto de Sta. María, Barcelona y Málaga los más usuales, a partir del reinado de Felipe III se tomó el Puerto de Sta. María como estacionamiento base hasta 1668, momento en el que Cartagena lo sustituyó. Indudablemente este hecho constituye, como escribe H. Sancho, una de las notas diferenciales de El Puerto y posiblemente la que acuse más profundamente sus rasgos fisionómicos.
Hemos de remitirnos, como en tantas ocasiones, a la vista panorámica que Wyngaerde realiza en 1567 para encontrar la primera imagen de lo que fue en el siglo XVI la zona donde siglos después se ubicaría la histórica plaza. El pintor de ciudades en sus obras destaca siempre aquellos elementos que caracterizan a la ciudad que representa y en nuestro caso son dos: las salinas y el río plagado de embarcaciones de diverso tipo. Entre ellas, como no podía ser de otra forma, destacan las galeras, naves de guerra en forma de pez, de donde deriva su nombre, propulsadas por la fuerza de los remos y a veces por la del viento gracias a la presencia de mástiles con sus velas latinas.
En la margen izquierda del río e inmediata a la ciudad, ocupando el centro de la vista, junto al sitio donde están fondeadas varias galeras aparece una amplia franja de sedimentos y arenales coincidiendo grosso modo con lo que hoy es la plaza. En su centro se levanta sobre un pedestal escalonado una columna circular rematada con dos resaltes a modo de cruz.
M. A. Caballero Sánchez apunta la posibilidad de que se trate de un rollo administrativo, símbolo que avisaba al viajero del poder concedido por el rey a esa población para ejercer justicia, por lo que siempre se colocaba a la entrada, junto a las vías principales. No obstante, al no contar con datos que indiquen la existencia en nuestra ciudad de este elemento de carácter jurisdiccional, consideramos que más bien se trata, como así apunta Hipólito Sancho (p.403), de un sencillo humilladero, precedente de la posterior capilla de las Galeras, en el que celebrar la misa ordinaria, ya que no estaba permitida la misa en el interior de los buques.
Del temprano interés por la edificación de esta capilla para la práctica religiosa de las tripulaciones da cuenta el asiento firmado 1552 por el capital general de las galeras de España, Bernardino de Mendoza, según el cual el dinero que se adeudaba a los difuntos de la armada (mandos y oficiales) quedaba depositado a cargo del capitán general durante ocho años, a menos que los herederos lo reclamaran y tras ese periodo de tiempo, la mitad de la deuda se utilizaba para la redención de cautivos y la otra mitad para edificar una capilla en El Puerto de Santa María.
R.G.R.