Durante la segunda fase de la intervención arqueológica para el parking de Pozos Dulces, la estructura más antigua documentada, es un embarcadero fechado entre los siglos XVI y XVII. Es un embarcadero en forma de L invertida, cuyo tramo más largo discurre paralelo a la carretera de la calle de Pozos Dulces con orientación este-oeste y el tramo más corto transversal a la misma con orientación norte-sur.
Toda la estructura se encuentra realizada con sillares de piedra arenisca de la sierra de San Cristóbal, formando el cantil donde amarrarían los barcos, localizándose en la esquina exterior de la construcción en forma de L, los restos de una columna a modo de noray. Asimismo, hemos documentado dos huecos donde faltan los norayes de amarre.
La parte más larga de la L invertida, se corresponde con las espigas del embarcadero, que estarían situadas a modo de línea central y delimitadas por sillares con una base de mortero de cal. Solo se conservan los restos parciales de una espiga, que ha sido sometida a uno o varios saqueos posteriores para la recuperación de material constructivo. En estas espigas es donde se situarían los fardos de carga con la marea alta para evitar que se mojaran y pudieran echarse a perder.
En el lado oeste de la espiga nos encontramos con una serie de perforaciones en los sillares que muy probablemente pertenecen a alguna estructura de madera con la que cargar los fardos en las embarcaciones.
Todo el conjunto se encuentra muy deteriorado tanto por el abandono como por los saqueos posteriores, no en vano es también la estructura más profunda documentada hasta ahora en la intervención. Sobre esta estructura se han ido edificando desde los cantiles del siglo XVIII hasta las construcciones de los siglos XIX y XX.
En cuanto a la interpretación de la estructura, conocemos por los datos que nos ha aportado E. Pérez, que es muy probable que se trate de las instalaciones portuarias que sirvieron para exportar la sal desde el siglo XVI en adelante.
La sal no se almacenaba en las salinas, sino en una casa -sufragada por el duque y por los pescadores portuenses- que para tal fin ya estaba construida en 1536 en la misma población, junto a la ermita de San Telmo, donde luego se levantó la iglesia del Espíritu Santo, frente a las salinas. Es decir muy cerca de este embarcadero.
Las salinas portuenses fueron intensivamente explotadas para el comercio exterior durante el siglo XVI. De mediados es el interesante testimonio de Pedro de Medina, en su “Libro de Grandezas y Cosas Memorables de España” (1548, cap. 39), donde se hace eco del auge que experimentaba entonces el comercio de la sal:
“En esta villa hay ochenta haciendas de salinas donde se hacen en cada un año más de cien mil cahíces de sal muy blanca y buena; aparecen por los campos tantos y tan grandes montones de sal blanca que es cosa de mirar. Acontece muchas veces cargarse juntas cincuenta o sesenta naos y urcas de sal para Flandes e Inglaterra y para otras partes y no hacen en ella señal de falta.”
Este comercio exterior estamos en condiciones de probarlo, puesto que, durante la intervención nos apareció un sello de plomo de fardo con la corona real inglesa y el emblema de la rosa de los Tudor.
En 1610 la corona impone un aumento de los impuestos a 6 reales por cahiz de sal exportada al extranjero lo que hirió duramente al comercio exterior de El Puerto de Santa María, el mercado que mayores beneficios dejaba en la ciudad. Ciertamente, la invasión de la bahía de Cádiz por tropas anglo-holandesas en 1702 durante la Guerra de Sucesión, el intenso expolio que sufrió la ciudad y los habitantes, conllevó la pérdida de la explotación de las salinas hasta prácticamente la segunda mitad del siglo XIX, pero sin llegar a los niveles de siglos anteriores.
J. M. Pajuelo Sáez y M. A. Navarro García