Es más propio llamarlos soportales, o pórticos, pero por inveterada tradición en El Puerto siempre los llamaron portales. Son el elemento arquitectónico que mejor define el paisaje urbano de la ribera del Guadalete. Hoy su presencia, interrumpida en tramos, se limita a la Ribera del Río, pero también existieron en la Ribera del Marisco y en Micaela Aramburu.
El origen de los portales de la Ribera, subsistan o hayan desaparecido, no parecen remontarse más allá de fines del siglo XVII, no conociéndose ninguna fuente documental anterior que los mencione. El dibujo de la villa que en 1567 trazó Wyngaerde, aunque sus líneas son difusas, apunta a que no existían (FOT. 1). Fue a fines del s. XIV o comienzos del XV cuando los pescadores comenzaron a asentarse en la ribera desde la plaza de la Herrería, donde aún se alzaba, haciendo esquina en la confluencia de las calles Jesús de los Milagros y Ricardo Alcón, el recinto murado de origen almohade en el que hasta entonces habitó la población (en FOT. 10).
Fue el XVIII el siglo en que se levantaron casi todos los soportales de la ribera. Sobre los beneficios que reportaban decían los diputados Luis Cortés y Francisco Álvarez en un informe que presentaron al Cabildo en marzo de 1764:
“…es útil al público la fábrica de portales en todas las casas que hacen frente a la Rivera de este Río para su resguardo por el quebranto de los vientos orientales, y para el paso del común y caminantes que con frecuencia transitan por dicho sitio y perjudican con los carruages a las que carecen de este resguardo, beneficioso igualmente al tráfico de este Río, por lo que convendría que todos sus vecinos ejecutasen lo mismo, de que además de dichas utilidades públicas se sigue la hermosura y buen aspecto de toda la dicha Rivera” (FOT. 2).
A lo antedicho habría que añadir la ventaja que a los dueños de las casas suponía ganar un espacio útil para ampliar las viviendas sobre los portales. Y otra función, importante y tradicional en tan marinera ribera era acoger, a la sombra, el trabajo de calafates y pescadores. Así lo apuntó Ruiz de Cortázar en aquel año 1764:
“Sirven de no menor utilidad que hermosura los portales que se registran inmediatos a la orilla del río a cuyo amparo trabajan los calafates en la carena de las embarcaciones y pescadores en el aderezo de sus redes”.
Una ribera aquella aún bañada por las aguas del Guadalete y sin canalizar pues no fue hasta los años 1873-1884 cuando se levantó la muralla del río entre la plaza de la Herrería y el puente de San Alejandro (una obra tan interminable en su ejecución como para nosotros la del frustrado parking de Pozos Dulces) (FOT. 3) .
Se conoce que en 1701, cuando el maestro mayor de obras de la ciudad, Francisco de Guindos, comienza a labrar frente al río, en la Ribera del Marisco esquina a Javier de Burgos (antigua c/ Sardinería), la casa del cargador a Indias Pedro Cristóbal Reinoso Mendoza, junto a ella ya existían portales. Así lo recoge el acuerdo de cabildo por el que le daban permiso para edificar su vivienda: “está dicho sitio junto a los portales frente a la Cruz de la Sardinería y Río de esta ciudad”.
Al paso de los años, en 1722, Pedro C. Reinoso solicitó al Cabildo licencia “para fabricar portales en el muelle que tiene en la Rivera sitio que dicen de la Sardinería”, donde radicaba su vivienda y molino de aceite. Pero los diputados de Obras Públicas, tras reconocer el lugar, “por lo perjudicial que es la pretensión”, le denegaron el permiso aun siendo un destacado miembro de la oligarquía local y haber ejercido de regidor y alférez mayor del Cabildo (FOT. 4).
Sin alejarnos de este lugar, en 1742 Francisca Delgado compró a Ana Canelo una casa en la Ribera, “muy deteriorada, casi frente al molino que llaman de Reinoso”. Al contar con portales las fincas linderas, para igualar el trazado de la calle se le permitió levantarlos en su fachada, de sólo tres varas y media de frente (3m), “aunque en lo antiguo tuvo también su portal”.
Como botones de muestra, documentaremos la construcción de otros dos soportales en las dos últimas décadas del XVIII, los que se encuentran a uno y otro extremo de la Ribera del Río.
En 1782, el regidor del Cabildo Agustín de Vergara, residente en la Ribera esquina a Caldevilla, frente a la ermita de Consolación, solicitó, y se le concedió, levantar portales a lo largo de su fachada (19,5 varas, 16 m), “acompañando a los demás portales que hay en la Rivera para la comodidad de aquél desamparado sitio y a beneficio del tránsito público, a cuyo fin están constituidos los demás de aquel sitio por la hostilidad de los temporales”, decía en el memorial que presentó (FOTS. 5-6). Hará tres décadas que al quitarse la cal que cubría estos portales se descubrieron en los pilares de las arcadas artísticos grabados geométricos, probablemente coetáneos a su construcción.
Corría el año 1793 cuando por última vez se presentó una solicitud para reformar portales. Bartolomé Ordóñez, caballero de la orden de Carlos III, propietario e inquilino de la casa sita en la Ribera del Río esquina a la plaza de la Herrería, por encontrarse el trazado de los portales incompleto y en forma irregular, los amplió. Así reflejó la obra a realizar en la solicitud que presentó al Cabildo:
“La casa hace esquina y da vuelta a la calle de la Rivera, por cuyo lado tiene un portal que no iguala con la fachada de la plaza porque deja un pequeño martillo como de 2 o 3 varas entre el mismo portal y la esquina de la plaza, quedando ésta por aquel lado disforme en su aspecto, de ninguna utilidad y conveniencia al público, cuyo defecto ocasionado en la construcción podría remediarse extendiendo el portal a cordel” (FOT. 7).
En un próximo post recordaremos otros portales que existieron en la Ribera del Marisco y en Micaela Aramburu.
Enrique Pérez Fernández