El Puerto de Sta. María se asienta, aunque a simple vista no se aprecie por lo abigarrado del conjunto urbano, al pie de la ladera del cerro de la Belleza, con cota máxima de 42 m hacia donde comienza la carretera de Sanlúcar. Su altitud respecto a la desembocadura del Guadalete se aprecia en las pendientes de las calles del Barrio Alto: San Francisco, San Juan, Ganado, Santa Clara…
Existe en La Belleza un manantial de aguas dulces subterráneas que brota entre las antiguas fincas de El Caracol y La Angelita (FOT. 1). Hoy muy degradado, este paraje natural está próximo a desaparecer con la prevista urbanización de su entorno que comenzará con la construcción de la nueva Comisaría. Y si no se hace nada para evitarlo, se arrasará con un yacimiento paleontológico, donde el Museo Municipal localizó una defensa de mastodonte o elefante que allí debe de seguir.
Desde El Caracol, el curso de agua parece tomar dirección, bajo la superficie, hacia la calle Ganado en su confluencia con Zarza (Hospitalito). Recordará el lector que en 1993, en Ganado nº21, al excavarse el terreno para cimentar el hoy Centro de Salud Federico Rubio, brotó un gran caudal de agua que costó mucho sellar. Este era el cauce procedente de El Caracol que las fuentes de la Edad Moderna llaman en su último tramo ‘Caño de la Villa’.
Alcantarillas o pequeños puentes que salvaran su curso debieron existir desde la propia fundación del Puerto Gaditano a fines del siglo I a.C. De hecho, era imprescindible cruzarlo –a la altura de la plaza de la Herrería– para acceder a las instalaciones portuarias (en el entorno del Castillo de San Marcos) desde el puente y calzada de la Vía Augusta, que transcurría próximo al caño (40 m), y cuyo curso actuaría como frontera natural y punto de control de entrada al Portus (FOT. 2).
En el Libro del Repartimiento (1268) el caño se nombra como cárcava, y es preciso el documento alfonsí porque una cárcava más que un arroyo o caño debió ser el aspecto que presentaría en tiempos de fuertes lluvias, un torrente de agua bajando junto al recinto murado almohade hasta desaguar en el Guadalete (FOT. 3).
Menciona el Libro del reparto (partida 1859) que apostada en la cárcava existía una noria, sin duda que de origen andalusí y que nosotros ubicamos en la calle Ganado entre Larga y Nevería: “Torno de tabla, que comienza cerca la noria en los espinos, de los solares que están en las espaldas de la casa de Pedro Ganzana, la carrera del pozo en medio, de parte de Xerez, en el prado, como van al pozo hasta la pared [el lienzo almohade de c/ Ricardo Alcón] que está levantada.” (FOT. 4).
Noria que como cualquier otro de estos ingenios hidráulicos musulmanes se emplearía para el riego de frutales y huertas inmediatas al prado. El agua se elevaba en los cangilones cerámicos de la rueda de la noria, que desde su parte superior se volcaba por un conducto hacia los canales de regadío (FOT. 5). Dice la partida que se situaba en los espinos, indicando que la noria estaría rodeada y protegida a modo de un seto insalvable, con acceso restringido o controlado.
Esta noria de al-Qanāṭir fue el precedente de otra obra hidráulica que se levantó en el caño a fines del siglo XV, pero en la otra orilla del río. Cuando Balbo mandó abrir la actual desembocadura del Guadalete en trabajos previos a fundar el Portus Gaditanus, el caño o cárcava procedente de El Caracol quedó cortado, convirtiéndose desde entonces en su margen izquierdo en un curso fluvial sujeto al flujo de las mareas, aislado de las aguas dulces del manantial; en cierto modo, “fosilizado”. ¿De qué manera, si no, podía fluir el caño a ambos lados del río?
En su boca el alcaide Charles de Valera construyó hacia 1485 un molino harinero (FOT. 6). Este tramo del caño, que moría en las salinas, perduró hasta bien entrado el siglo XX, cruzando una alcantarilla -caño de la Alcantarilla lo llamaban- por el arrecife de Puerto Real (FOT. 7).
En el próximo post trataremos de las obras antrópicas que dieron lugar a que la cárcava se convirtiera en el ‘Caño de la Villa’.
Enrique Pérez Fernández