Es un hecho bien documentado que ya en la mitad del siglo XV, había en El Puerto y Jerez una abundante cantidad de esclavos, de los cuales no pocos eran negros, aunque también había esclavos blancos y de otras razas. Si bien es cierto que hay autores que hablan que a finales del siglo XIII, tanto en la España cristiana como musulmana había bastantes de origen oriental, pues la invasión mozárabe trajo muchos negros.
La posesión de esclavos estaba sujeta a una potencialidad económica importante, pero, también constituía un elemento de prestigio social para sus dueños.
Alonso Fernández de Palencia (1423-1492), escritor a quien Enrique IV nombró cronista del reino, escribió en sus crónicas como en 1475 unos vecinos de El Puerto de Santa María arribaron con dos carabelas a las costas de Guinea, a la región de los “azanegas” (Gambia), donde con relativa facilidad consiguieron capturar a 120 cautivos, altos, dóciles, pescadores, de color cetrino, que vivían en lagunas alrededor de la costa, con los que retornaron al Puerto.
La mayoría de ellos se localizan en las collaciones de intramuros, Iglesia Mayor, San Juan de Letrán, Espíritu Santo y San Juan de Dios.
Los propietarios de los esclavos pertenecían a todos los grupos sociales de la ciudad, aunque la mayoría pertenecían a la aristocracia y burguesía. Los traficantes de este inhumano comercio pertenecían a todos los estamentos.
El precio medio para los esclavos era de 14.047 maravedíes, mientras las esclavas se situaban en 16.608 mrs. La cotización crecía con la edad, teniendo como máximo en torno a los 25-39 años. Además, dependía también del color. Siendo el negro 14.823 mrs.; el loro prieto y moreno 16.608 y el blanco de 16.612 mrs.
Al tratarse de un grupo marginado, obviamente su consideración social era muy baja, predominando hacia ellos la prevención, la descalificación y animadversión, siendo considerados, en conjunto, un grupo social poco recomendable y, desde luego, peligroso.
Fruto de estas consideraciones se les prohibía: entrar a mesones y tabernas, participar en juegos, reunirse en un número superior a diez, prevención en fiestas, recompensas a quienes consiguiesen encontrar y recuperar esclavos huidos, responsables de hurtos y robos.
El acceso a la libertad dependía mucho del carácter del dueño, y casi siempre se obtenía mediante un rescate pagado por el interesado o por sus familiares. La carta de ahorría era un documento preciso para el liberto que, en todo momento, debía tenerlo en la mano para evitar ser apresado de nuevo.
M.A.M.V